29 de julio de 2011

1.- LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA PREHISTORIA

       1-1 Introducción
       1-2 Fenicios
       1-3 Griegos
       1-4 Cartagineses
       1-5 La Hispania prerromana

1-1 Introducción

Se podría definir la Prehistoria como los hechos ocurridos en la humanidad con anterioridad a que tengamos constancia escrita contemporánea del mismo, o dicho de otra manera, la ciencia que estudia la historia de la humanidad durante dicho período. Como cabe deducir por la definición, es una parte de la Historia y tiene, lógicamente, sus mismos objetivos. Su período no tiene unos límites muy precisos que digamos pero que podrían ir desde los primeros humanos hasta los más antiguos sistemas de escritura, es decir que la Prehistoria abarcaría dos millones y medio de años frente a apenas cinco mil años de Historia. Hay que ver qué cosas tiene la vida.

Uno de los lugares -ni mucho menos el único, claro, pues existen innumerables lugares repartidos por todo el mundo- para estudiar esta parte de la existencia humana son las excavaciones de la sierra de Atapuerca (Burgos) en las que se han descubierto unos excepcionales vestigios arqueológicos y paleontológicos, entre los cuales destacan los testimonios fósiles de, al menos, tres especies distintas de homínidos: Homo antecessor, Homo heideñbergensis y Homo sapiens. Eso sí, estas excavaciones en la actualidad son la principal fuente para el conocimiento del Homo erectus en todo el mundo.

Sin duda lo más destacado de estas excavaciones es la llamada Sima de los Huesos en la que, hasta el momento, se han encontrado más de 1.000 fósiles de huesos humanos que representan todo el esqueleto, incluyendo un cráneo con el rostro completo que se le ha llamado Miguelón en homenaje al ciclista Miguel Induráin. Estos restos pertenecieron al menos a 30 individuos y la antigüedad de este conjunto supera los 300.000 años.

En todo caso, la fecha que se propone por los expertos y estudiosos para la presencia del homo erectus en España es inferior a un millón de años.

A pesar de que en aquella época los avances se producían a una velocidad muy diferente a la actualidad, que desde luego es de vértigo; en torno al año 1000 antes de Cristo se producen importantes cambios en Europa que afectan de una manera fundamental a la Península Ibérica. En esta época tiene lugar la aparición de la metalurgia del hierro y la aparición de la escritura, con lo que se puede considerar que, en el primer milenio antes de Cristo, estas tierras entran plenamente en la época histórica. Después de un aislamiento en que las formas materiales de la cultura del Bronce se estancan en la Península, en especial en las zonas del interior, en el norte y oriente de Europa la metalurgia evoluciona, aportando con ello nuevas soluciones en la vida cotidiana de esos pueblos.

El primer milenio antes de Cristo, sin embargo, no sólo es importante por la introducción en la Península de avances tan significativos como la escritura o el hierro; lo es, asimismo, por la incorporación definitiva de las tierras peninsulares a las grandes corrientes del comercio y la civilización, fruto de las cuales será en primer lugar el establecimiento de colonias - primero fenicias y luego griegas - y finalmente por la anexión del territorio a la órbita de Roma.
Popularmente siempre hemos conocido como los primeros pobladores de la Península Ibérica a los iberos y celtas. Cada uno en un lugar del suelo ibérico: los iberos al este y sur y los celtas en el norte y centro fundamentalmente. De su fusión, diríamos hoy, surgieron los celtíberos. Gracias a este hecho, miles de años después, Luis Carandell pudo escribir su celebérrimo Celtiberia Show.
Antiguos pueblos de la aPenínsula Ibérica
Sin embargo, hay que destacar que las fuentes de la época aluden a un amplio abanico de pueblos. Los más importantes fueron: en el norte los galaicos, astures, cántabros y vascones; en el centro los vacceos, vetones, carpetanos y lusitanos; en el este los, layetanos, edetanos, y Lacetanos; y en el sur los bastetanos y turdetanos, protagonistas de la brillante cultura desarrollada en torno al nombre poco menos que mítico de Tartesos, del que se ignora si fue un territorio, una ciudad o un río.    

1-2 Fenicios.

El pueblo fenicio, oriundo de los valles del Líbano, desempeña un papel muy importante en la Península Ibérica por traer la cultura de Oriente a sus tierras. Su papel en el desarrollo del comercio y las relaciones entre pueblos fue decisivo y, además, lo hicieron de forma pacífica. Los fenicios, desde antiguo, se dedicaron de forma natural a las relaciones comerciales: su posición intermedia entre poderosos pueblos mediterráneos, su escasa agricultura, su habilidad marinera y su temprana vocación mercantil llevaron a estos pueblos a la navegación por el Mediterráneo.

Sin duda los fenicios eran muy hábiles en los negocios y mantuvieron contactos con los distintos pueblos de la costa mediterránea para intercambiar productos: obtenían metales y otras materias primas a cambio de joyas, telas, marfiles, objetos de orfebrería, etc. Este sistema mercantil basado en el trueque fue dando lugar progresivamente a la creación de colonias comerciales estables. Así, a comienzos del siglo VIII antes de Cristo (a.C.), los fenicios contaban ya con algunos establecimientos comerciales y fabriles en la Península Ibérica. En concreto se dice que, al otro extremo del Mediterráneo, ya en el siglo IX (a.C.) fundaron su primera colonia en la Península: Gádir (Cádiz). Probablemente los fenicios no sólo tuvieron en cuenta el valor comercial de la zona (riquezas minerales de la zona de Huelva, por ejemplo), sino también su valor estratégico, pues desde allí podían dominar el paso del Estrecho de Gibraltar. Sexi (Almuñécar), Malaka (Málaga) o Abdero (Adra) fueron otras colonias fundadas por los fenicios.

Aparte de monopolizar, prácticamente, el comercio de metales, los fenicios impulsaron la industria de salazón.

1-3 Griegos

Otro de los pueblos que colonizaron parte de la Península Ibérica fue el griego. Al parecer los griegos tenían un problema demográfico en sus ciudades y este debió de ser uno de los motivos de su llegada a la antigua Iberia, sin olvidar, desde luego, otro objetivo, quizá el más importante, como era la cuestión comercial. Los griegos divulgaron el alfabeto y el uso de la moneda. Asimismo practicaron intercambios de productos de diverso tipo con los nativos. También los griegos fundaron asentamientos como, por ejemplo, Emporion (Ampurias)

1-4 Cartagineses

Los cartagineses pertenecían a un pueblo de origen fenicio y se establecieron en Cartago (Túnez). Debido a su posición estratégica en el Mediterráneo, se hizo con todas las colonias fenicias de occidente, incluidas las de la Península de la que se conseguían materias primas en abundancia.

Después de la Primera Guerra Púnica (264 a.C.-241 a.C.)[1] los cartagineses, con Amílcar Barca a la cabeza, emprenden, desde Cádiz, la conquista de la zona mediterránea de La Península comenzando la invasión del valle del río Betis (Guadalquivir). Muerto Amílcar (229 a.C.) le sucede su yerno Asdrúbal quien continuó su labor invasora; fundó Cartago Nova (Cartagena) y llegó a un acuerdo con los romanos -ya presentes en la Península Ibérica- para fijar los límites de influencia de los dos imperios: el río Ebro. Así, los cartagineses se adueñaron de todo el sur de la península y del Levante hasta el golfo de Valencia.

Asdrúbal muere asesinado el año 221 (a.C.) y es elegido Aníbal para sustituirle -en esos momentos contaba con 25 años- un genio militar considerado como uno de los guerreros más grandes de la Edad Antigua. Continúa con la invasión y ocupa las ciudades de Toro y Salamanca desde donde vuelve a Cartago Nova cargado de rehenes. El asedio, y conquista, por parte de Aníbal de Saguntum (Sagunto) (219 a.C.)[2] dio pie al inicio de la Segunda Guerra Púnica (218 a.C.-201 a.C.) que concluye con una nueva derrota cartaginesa. Este es el comienzo del declive definitivo de Cartago y la conquista de la Península Ibérica por parte de Roma.

1-5 La Hispania prerromana

Bueno, como hemos visto, la composición étnica de la Península Ibérica cuando están a punto de llegar los romanos a ella, era muy variada y reunía una serie de pueblos y culturas autóctonos muy diversos, aumentado, además, con los distintos pueblos llegados en el transcurso del primer milenio antes de Cristo.

Uno de los rasgos que más pueden evidenciar la diversidad de pueblos y culturas de que hablamos, es la cantidad de lenguas, muy distintas entre sí, que se hablaban en el solar ibérico antes de la llegada de los romanos. Todas desaparecieron por la unificación del latín, con la única excepción del vascuence, que se hablaba -y se habla en la actualidad- en tierra de los actuales territorios del País Vasco y Navarra.


[1] Las Guerras Púnicas, que fueron tres, se produjeron entre las dos grandes potencias del Mediterráneo en aquellos tiempos: Cartago y Roma. Antes de la Primera Guerra, Cartago era la potencia dominante mientras que Roma era la potencia emergente. Después de la Tercera Guerra (149 a.C.-146 a.C.), que acabó con una aplastante victoria romana, Cartago dejó de existir y Roma quedó como única potencia mediterránea.
[2] Se cuenta, pero no es verdad (como otras muchas cosas pertenece a la leyenda), que los saguntinos al ver la imposibilidad de aguantar el ataque de los cartagineses, por la tardanza de la llegada de las tropas romanas en su ayuda, antes de rendirse prefirieron encender una gran hoguera y arrojarse toda la población a ella. De tal forma que cuando Aníbal penetró en la ciudad al ver el panorama de desolación existente, cogió un cabreo tremendo (¡Qué exageración! No la de Aníbal, no; la de la leyenda)

25 de julio de 2011

2.- LA HISPANIA ROMANA

         2-1 Introducción
       2-2 Viriato
       2-3 Numancia

       2-4 Las Guerras Cántabras
       2-5 Romanización de Hispania
       2-6 Elementos de romanización de Hispania
       2-7 La división del Imperio Romano

2-1 Introducción

Es sorprendente como una ciudad mediana del Lacio, ni más ni menos como otras muchas ciudades de su época y con bases de partida semejantes, logró construir un imperio de las magnitudes del Imperio romano. El esfuerzo y la voluntad romana por conseguirlo debieron de ser muy considerables.

Las victorias de los romanos sobre los cartagineses en tierras ibéricas, dando comienzo a la 2ª Guerra Púnica, no fueron el final sino el principio de un panorama de conquistas que los romanos iban a emprender por toda la Península. Roma logró conquistar las principales bases de los cartagineses en suelo hispano, Cartago Nova (Cartagena) y Gades (Cádiz). A raíz de aquel éxito los romanos, que en un principio se habían asentado solamente en las zonas costeras del este y sur de la península Ibérica, decidieron, por la gran cantidad de recursos que poseía y su gran valor estratégico, incorporar a sus dominios el conjunto de las tierras ibéricas. A Roma, no obstante, no le fue fácil vencer la tenacísima resistencia de los pueblos ibéricos a perder su independencia. En efecto, la conquista que duró cerca de 200 años -comenzó en el 218 a.C. y culminó en el 19 a.C.- no concluyó sin encontrar en ocasiones fuertes resistencias, como la del dirigente lusitano Viriato, asesinado en el año 139 a.C.; la de la ciudad celtíbera de Numancia, rendida a Roma en el 133 a.C.; o, en última instancia, la de los cántabros y astures, a los que terminó derrotando, el año 19 a.C., nada menos que el mismísimo emperador César Augusto. Como se ha dicho anteriormente, los motivos que impulsaron a los romanos a interesarse por la península Ibérica eran tanto económicos como estratégicos. Hispania proveía a Roma ante todo de metales, pero también le aportaba soldados y mano de obra.

Los romanos, aunque hay quien sostiene que fueron los fenicios e incluso existen otras hipótesis más extravagantes, fueron los primeros que utilizaron el nombre de Hispania[1] para referirse a la península Ibérica; término del que derivarían España y Espanya en lenguas romances como el castellano y el catalán.

La llegada de los romanos a Hispania conllevó la más decisiva serie de cambios ocurrida en la Península hasta la Edad Moderna: nuestras ciudades, nuestro pensamiento, nuestra lengua y nuestras leyes son en gran medida romanas. La vida urbana experimentó un espectacular progreso en tierras hispanas con núcleos como Caesaraugusta (Zaragoza), Barcino (Barcelona), Tarraco, (Tarragona) Toletum (Toledo), Hispalis (Sevilla), Malaca (Málaga), Gades (Cádiz), Asturica Augusta (Astorga), Corduba (Córdoba), Emerita Augusta (Mérida), etc.

La historia posterior a la conquista romana de Hispania no es, en sentido estricto, sino historia de Roma: al anexionar a la órbita del Imperio las tierras y las gentes de Hispania, éstos quedaron convertidos en una parte más del Imperio romano. Sus habitantes aún tardaron en convertirse en romanos, pero entraron ya en un irreversible proceso tras el que se borró la conciencia de dominadores y dominados hasta identificar como una misma cosa los intereses de ambos. La incorporación de Hispania a los intereses de Roma tuvo lugar cuando ésta se hallaba en uno de los períodos más interesantes y más decisivos de su historia, un período de extraordinarios cambios en su estructura social y económica, en buena medida consecuencias de esa misma conquista.

Hispania quedaba pues constituida como la primera y mayor fuente de recursos de Roma, convertida al tiempo en una parte esencial de su imperio. Hispania pasó a formar parte del poderoso Imperio Romano y, por tanto,  encuadrada dentro de la administración romana.

Roma había adquirido a fines del siglo III una de las constituciones más sólidas del mundo antiguo: era una república aristocrática, regida por un Senado que representaba a las oligarquías patricias y en cuyo gobierno las clases populares estaban representadas de modo más aparente que real.




Dos vistas del Acueducto de Segovia

La sociedad de la Hispania romana estaba dividida en dos grupos claramente contrapuestos, por una parte los honestiores, es decir, los dominantes, por otra los humiliores, la capa popular. De todos modos había una clara diferencia entre los que poseían la ciudadanía romana y los que no la tenían. Esa situación duró  hasta el año 212, fecha en la que el emperador Caracalla decidió conceder a todos sus súbditos la ciudadanía romana.

También durante la época de la dominación romana tuvo lugar la llegada a la península Ibérica de la religión cristiana, que, con el tiempo, iba a convertirse en uno de los más firmes puntales del futuro de las tierras hispanas. En un primer momento la difusión del cristianismo se hizo con lentitud, debido a que se trataba de una religión perseguida. En cualquier caso la iglesia cristiana ya estaba fuertemente implantada en tierras hispanas en el siglo III. El edicto de Milán (que estableció la libertad religiosa en el Imperio romano, y, por tanto, dio fin a las persecuciones de cristianos), dado por el emperador Constantino en el año 313, permitió al cristianismo salir de la clandestinidad.

2-2 Viriato

La historiografía ha destacado con justicia dos hechos significativos de la resistencia ibérica: la acción guerrera de Viriato y el sitio de Numancia. Son dos ejemplos de la firmeza de los habitantes de Hispania para defender sus territorios. Cada uno de ellos ilustra un aspecto característico de la guerra llevada a cabo.
Viriato fue un caudillo de la tribu lusitana que hizo frente a la expansión del Imperio Romano por las tierras ibéricas. Fue uno de esos genios militares que a veces surgen espontáneamente cuando las circunstancias crean la necesidad: un gran guerrero y gran estratega, con unas cualidades excepcionales que personifica a la perfección la nueva fase de la lucha contra Roma, un momento en el que la resistencia se transforma para pasar a una fase más dinámica en la que los iberos no se encastillan en sus poblados y castros esperando el asedio del enemigo, sino que, además de  practicar esta defensa estática, utilizan frecuentemente los ataques y emboscadas seguidos de rápidas retiradas, es decir, realizan una guerra de guerrillas, ocasionando a Roma graves pérdidas y un desgaste considerable. Con este proceder de Viriato y sus tropas, en pocos años fueron derrotados diversos ejércitos romanos. Hasta el punto que llegó a tener a las tropas romanas sitiadas, obteniendo de su general la capitulación que fue respetada por el Senado romano y proclamó al caudillo lusitano amigo del pueblo romano. No obstante la guerra se reabrió poco más tarde y Roma sobornó a algunos de sus compañeros para que lo asesinaran. Estos, en el año 139 a.C., le traicionaron y le asesinaron cuando, al parecer, Viriato dormía. Cuando los traidores fueron a cobrar su recompensa Roma se la negó con las palabras “Roma no paga a traidores”.

2-3 Numancia

El asedio y conquista de Numancia comenzó, en el año 153 a.C., por dar ésta apoyo y amparo a los segedenses que se negaban a pagar impuestos a los romanos, así como a enviar soldados para servir en su ejército. Numancia utilizó el sistema defensivo tradicional como era el de encastillarse y reforzar sus murallas como elemento más efectivo para repeler las agresiones de sus enemigos. Después de varios intentos infructuosos, que duraron dieciocho años, Numancia aparecía como uno de los baluartes hostiles a Roma. Por ello se puso mucho empeño en zanjar la situación y Roma envió a Publio Cornelio Escipión El Africano para recuperar el resquebrajado prestigio de Roma, quien después de imponer una disciplina férrea en el ejército, inició el cerco a la ciudad situando alrededor de ella hasta siete campamentos con máquinas de guerra y un impresionante arsenal para el sitio. Aislados los numantinos y fallidos los intentos de romper el cerco y obtener algún tipo de ayuda, la situación se hizo insostenible. Finalmente, agobiados por el hambre y la desesperación, tras quince meses de asedio la ciudad cayó, vencida por el hambre, en el verano del 133 a.C. Una leyenda más nos ilustra y nos dice que sus habitantes prefirieron el suicidio a entregarse e incendiaron la ciudad para que no cayera en manos de los romanos ( la quemaron antes de suicidarse, claro). Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos.

2-4 Las Guerras Cántabras

Teatro romano de Mérida
El Imperio Romano disponía ya de todo el territorio de la península Ibérica y la gran mayoría había aceptado la organización política romana y sus formas de vida. No obstante quedaba un pequeño reducto en las montañas del norte peninsular en el que se produjeron levantamientos en defensa de su independencia que se transformaron en una guerra abierta contra el poder romano. Ahora bien, no se trataba de un movimiento de pueblos dominados que se levantaran en protesta por unos excesivos e injustos impuestos, sino que en el fondo subyacía un deseo absoluto de independencia tal como había ocurrido más de un siglo antes con Numancia y los pueblos celtíberos.

Uno de estos pueblos, muy caracterizado, los cántabros, fuertemente impregnados de cultura céltica, situados en la zona montañosa y costera central del mar que lleva su nombre, presentaron poco antes del cambio de Era una tenaz resistencia al dominio romano. Pastores y cazadores, hasta entonces no habían visto sus costumbres ancestrales alteradas por Roma. Las razones que dan los historiadores romanos son las molestias que ocasionaban estos pueblos a las gentes romanizadas de la Meseta. César Augusto, cuyo programa político preveía un imperio pacífico y próspero, se vio obligado a intervenir para zanjar cualquier conato de insumisión a la autoridad de sus tropas, por lo que se trasladó a Hispania y estableció su cuartel general en Tarragona. A los cántabros se unió un buen número de pueblos norteños que compartían sus formas de vida, obligando al emperador a tomar personalmente el mando de la campaña a comienzos del año 26 a.C. y que acabó en el 19 a.C.

2-5 Romanización de Hispania

A la etapa de conquista del territorio le sucede un tiempo de tranquilidad en la que los pueblos peninsulares aceptan la superioridad cultural romana y asumen su organización política y administrativa. Las guerras civiles romanas trasladadas a Hispania, como una provincia romana más, contribuyeron a que los hispanos adquirieran inevitablemente el sentimiento de pertenencia a una comunidad mucho más amplia que la peninsular y, por lo tanto, a sentirse romanos.

Con ello se produce un cambio significativo en formas de vida, usos, costumbres; se produce una actividad comercial activa y próspera facilitada por las vías de comunicación creadas por los romanos, lo que, en efecto, conllevó a que, de manera natural, los hispanos se impregnaran de la cultura romana y posteriormente se integraran en ella, como lo demuestra el que a comienzos del primer siglo de nuestra Era, las clases dirigentes primero, y después la mayoría del pueblo, habían adoptado el latín como lengua, aunque en sitios muy apartados aún continuaran usándose palabras y modismos de las lenguas célticas y, como ya vimos anteriormente, el mantenimiento de la lengua vasca. En definitiva, la romanización de la Península Ibérica, Hispania, se había producido, después de una lucha enconada para mantener su independencia, al comienzo de nuestra Era.
 
2-6 Elementos de romanización de Hispania
Primera división administrativa romana
  • El primer paso importante de esta romanización consistió en la temprana división administrativa y militar de la península con criterios de los conquistadores. El territorio se dividió (197 a.C) en dos provincias: Hispania Citerior y Hispania Ulterior. A medida que Roma iba ampliando el territorio conquistado se fueron produciendo reformas administrativas, como la que realizó Augusto en el año 27 a.C. fraccionando la Ulterior en otras dos provincias: Bética y Lusitania. De nuevo en el año 216 Antonio Caracalla realizó otra reforma, así como Diocleciano más tarde, de tal forma que Hispania quedó dividida administrativamente hasta la llegada de los pueblos bárbaros en las provincias: Tarraconense, Gallaecia, Cartaginense, Lusitania y Bética. Además se creó una nueva provincia en el norte de África: Mauritania Tingitana.

  • Otro elemento fue la progresiva unificación de la normativa jurídica, pues aunque las leyes que tenían los pueblos hispanos no fueron abolidas y una especie de gobernadores establecidos por el emperador se asesoraban por un consejo mixto de hispanos y romanos para aplicarlas, la fragmentación y diversidad del panorama legislativo en territorio peninsular no hacían fácil la administración de justicia, por lo que se decidió la aplicación del Derecho Romano de forma progresiva, que era un instrumento sólido y eficaz y que ya en las postrimerías del Imperio era aceptado y aplicado en todos sus territorios, lo que no fue sencillo pues existían multiplicidad de estatutos en función de la acción de conquista, por lo que había ciudades con situaciones muy diferentes y distintas entre ellas.

  • La unificación religiosa fue otro de los elementos importantes de romanización. Los romanos no crearon más problemas con los nativos que los derivados de la acción militar de conquista, ya que los invasores supieron conciliar hábilmente la existencia de cultos públicos y privados lo que les permitió no imponer sus dioses, sino que admitieron cualquier creencia en los territorios que iban conquistando, es decir, le importaba poco o nada a quien dedicaban sus rezos y oraciones si eso no conllevaba a la rebelión de los pueblos. En todo caso, los romanaos debían de estar muy seguros de su superioridad militar y cultural y debieron pensar que ese hecho atraería a sus cultos a los pueblos hispanos, como, por otra parte, así sucedió.

  • Desde los comienzos de la conquista los romanos construyeron un sistema de vías y comunicaciones que enlazaban las ciudades y territorios conquistados. Este fue un elemento decisivo pues servía a una mayor y mejor explotación de los territorios, facilitaba su conquista y gobernación, y a la vez ayudaba a la cohesión y unión de los mismos. Así fue como nacieron las grandes vías de comunicación para transportar las distintas materias primas peninsulares, conectando los Pirineos con el Atlántico, buscando la comunicación entre los valles de los distintos ríos, Ebro, Tajo, Duero…y creando una gran arteria que comunicaba Galicia con Mérida y el sur peninsular: la Vía de la Plata.

  • Y qué podemos decir de otro de los elementos fundamentales de esta romanización como fue la construcción de edificios públicos grandiosos. Muchos de ellos sin duda dejaban claro la potencia cultural, militar y el poderío del Imperio Romano. Cualquiera de los nativos que viera aquellas enormidades de obras públicas quedaría con la boca abierta[2] y quedaría absolutamente convencido de lo superiores que eran los romanos. Hay que tener en cuenta que las construcciones romanas en tierras hispanas fueron muchas y diversas: acueductos, puentes, calzadas, murallas, templos, fuentes, termas, etc.
Última división administrativa romana
  • La lengua fue otro elemento, no menor, que contribuyó a romanizar a los hispanos. Como se ha dicho anteriormente, en Hispania existían distintas lenguas, sin embargo, Roma impuso el latín y con el tiempo, aunque quedaron palabras de origen prerromano (cabaña, cerveza, perro, carpintero, entre otras muchas) esta fue la lengua que se usó en la península. Esta lengua tenía dos niveles, dos formas, el latín clásico, utilizado por las capas privilegiadas (alto clero, nobles, intelectuales, etc., es decir, aquellos sectores que sabían escribir y leer) y el latín vulgar que era el usado por las capas más populares y bajas de la sociedad que se correspondía con los analfabetos; de ahí que solamente el latín clásico fuera el que se utilizaba para la escritura. Por otra parte, el latín vulgar se mezcló con las lenguas que ya existían en la península y de esta manera surgieron las lenguas romances: gallego, portugués, catalán, castellano. Como este proceso se dio de forma similar en los territorios conquistados por el imperio romano surgieron otras lenguas romances: francés, rumano, italiano, sardo, occitano entre otras. Todas derivan del latín vulgar.
2-7 La división del Imperio Romano

Cuando, a mediados del siglo IV, la Península se encontraba totalmente romanizada el declive del Imperio, que venía arrastrando una crisis desde el siglo III, se hizo patente y los problemas internos, tanto políticos como militares, tanto económicos como sociales, fueron los que condujeron a que, finalmente, la desaparición del Imperio tal como se conocía hasta entonces fuese la única solución posible. Precisamente fue a un emperador hispano, Teodosio, que pertenecía a una de las ricas familias terratenientes de la Meseta, el que tuvo que regir un imperio que se desmoronaba por todas partes. Teodosio, sería el último emperador que ostentase en solitario el trono. Para entonces el problema de los bárbaros era endémico en el Imperio: Teodosio les mantuvo a raya con la fuerza de sus ejércitos, incorporándolos en parte como tropas asociadas al servicio de la causa de Roma. Su sensatez como gobernante, de la que dio pruebas en todo momento, le llevó a dividir el reino en dos partes, una necesidad que se venía sintiendo en el Imperio desde hacía tiempo, y a la hora de su muerte, en el año 395, asignó a cada uno de sus hijos una parte, la oriental a Arcadio, denominada Imperio Romano de Oriente (también denominado Imperio Bizantino por tener su capital en Bizancio, actual Estambul) y la occidental a Honorio, denominada Imperio Romano de Occidente. El primero duró hasta 1453 y el de Occidente desaparecería en el año 476. Después renacería en el siglo VIII como Imperio Carolingio y un poco más tarde como Sacro Imperio Romano Germánico; pero... eso es otra historia.

Para terminar con esto de los romanos, hay que destacar que durante estos siglos, en los que España estuvo bajo el dominio del Imperio Romano, al que perteneció con todas sus consecuencias, surgieron de sus tierras grandes figuras en diversos ámbitos de la actividad cultural, política, científica, etc. como, por ejemplo, los literatos Séneca, Lucano, Quintiliano o Marcial. Pero Hispania no sólo aportó literatos a Roma, también emperadores: Trajano (98-117) primer emperador nacido fuera de Italia, Adriano (117-138), Teodosio (379-395) que, como hemos visto anteriormente, fue el último emperador del imperio romano unido; agrónomos: Columela; geógrafos: Mela, etc.










[1] Al parecer Hispania significa “tierra de conejos”


[2] A mí, 20 siglos después, cuando voy a Segovia y veo el Acueducto me ocurre lo mismo.

24 de julio de 2011

3.- LA HISPANIA VISIGODA

       3-1 Introducción
       3-2 Suevos, vándalos y alanos
       3-3 Asentamiento de los visigodos en la península Ibérica
       3-4 Crisis visigoda. Don Rodrigo

3-1 Introducción

Antes de empezar con la Hispania visigoda aclaremos de donde salen los famosos visigodos[1]. Los visigodos es una rama de los godos. Los godos eran un pueblo germánico que a partir de finales del siglo III, por confrontaciones internas, quedaron divididos en dos ramas: visigodos y ostrogodos denominaciones que servían para diferenciar a los godos de Occidente y Oriente, respectivamente.

Los visigodos eran un pueblo que tenían como religión el arrianismo, una religión cristiana heterodoxa fundada por Arrio, presbítero de Alejandría, que fue declarada definitivamente herética en el Concilio de Constantinopla en al año 381.

3-2 Suevos, vándalos y alanos

Como hemos visto los conflictos internos más la presión ejercida desde el exterior de sus fronteras por los denominados pueblos “bárbaros” llevó al Imperio Romano primero a la división del mismo y más tarde, año 476, a la desaparición del Imperio Romano de Occidente. En efecto, la península Ibérica sufrió esa presión a comienzos del siglo V y fue invadida por los suevos y vándalos[2], pertenecientes al tronco germano, y por los alanos, éstos de origen asiático. En el año 416 los visigodos llegan a un pacto con el Imperio Romano de Occidente con la finalidad, al parecer, de eliminar y expulsar a esos pueblos de la península. Los visigodos penetran en la península y derrotan a los vándalos y alanos. Sin embargo los suevos consiguieron asentarse en la zona noroeste peninsular. Por su parte los visigodos se instalaron al norte en el sur de Francia creando el reino de Tolosa (Toulouse). Así, al desaparecer el Imperio Romano de Occidente, la península Ibérica queda configurada con un dominio suevo al noroeste, con los astures, cántabros y vascones en la cornisa cantábrica y el resto peninsular en manos de los visigodos.

3-3 Asentamiento de los visigodos en la península Ibérica

El grueso de los visigodos, por otra parte, desde inicios del siglo VI se va desplazando hacia el sur, es decir, se van asentando en la Península Ibérica y van dejando los dominios de su antiguo reino de Toulouse. Los visigodos se van estableciendo preferentemente en la meseta peninsular en la que sus núcleos poblaciones son pequeños y escasos y, además, sus suelos son buenos para la agricultura y especialmente para los cereales. Los visigodos, pese a ser una minoría comparada con los nativos hispanorromanos, consiguieron afirmar su poder militar y político. En su desplazamiento del norte de los Pirineos hacia la meseta central peninsular también desplazaron su núcleo central del sur de Francia (Toulouse) a una urbe peninsular, Toledo, que la hicieron capital de su reino.

La consolidación del reino visigodo continuó ampliando su dominio por todo el territorio ibérico. No obstante, el siglo VI fue un tanto convulso, ya que la monarquía visigoda pasó por momentos de debilidad (asesinatos de reyes, revueltas, sublevaciones de los terratenientes en algunas zonas peninsulares), lo que aprovechó el Imperio Bizantino, con Justiniano a la cabeza, que tenía la idea de reconstruir de nuevo el Imperio Romano de Occidente, lanzando un ataque por el Mediterráneo con el que consiguió establecerse de la costa mediterránea peninsular hasta llegar a las costas atlánticas y en las Baleares, controlando una buena parte del Mediterráneo y el estrecho de Gibraltar y, por lo tanto, gran parte del comercio hispano.

Parece ser que a finales del siglo VI la cosa se fue apaciguando y fortaleciéndose la monarquía visigoda y el rey Leovigildo, en el año 585, expulsó a los suevos y puso fin a su reino en Galleacia tras una batalla en la que salió victorioso frente al rey de los suevos llamado Mirón. Asimismo, el rey Leovigildo hizo frente a los vascones y fundó la ciudad de Victoriaco. Sin embargo, por estas mismas fechas, Leovigildo tuvo serios problemas con su hijo Hermenegildo que había abrazado como religión el catolicismo y se enfrentó a su padre que pretendía unificar religiosamente su reino en base al arrianismo. Este enfrentamiento inició una contienda militar que terminó con la captura y muerte de Hermenegildo, que fue canonizado en el siglo XVI como mártir de la iglesia católica y es patrono de los conversos.

El sucesor de Leovigildo, su hijo Recaredo, fue el que logró la unificación religiosa pero precisamente en base a la religión contraria a la que había defendido su padre, es decir, el catolicismo, ya que en el III concilio de Toledo en el año 589, tras aceptar los postulados del catolicismo abandonó el arrianismo.

En las primeras décadas del siglo VII, siendo rey Suintila, se consolidó el dominio de los visigodos en el solar ibérico al poner fin al dominio del Imperio Bizantino en el levante mediterráneo peninsular. En esos momentos fue cuando los reyes visigodos pasaron de denominarse reges gottorum a denominarse reges Hispaniae, pues su dominio era total en los territorios que habían pertenecido al Imperio Romano, aunque todavía algunos pueblos, como los vascones, luchaban por su independencia. No obstante la definitiva unificación del espacio peninsular se consiguió a mediados del siglo VII, cuando el rey Recesvinto promulgó el Liber Iudicum el cual se basaba en los principios jurídicos del Derecho romano, lo que significó la unificación jurídica para todos los pobladores de la península, tanto visigodos como hispanorromanos que, sin duda, eran la mayoría. De esta forma la sociedad, y su estructura, reproducía fielmente los esquemas de la época romana.

No obstante, la vida urbana había entrado en un declive considerable y la sociedad rural fue la que predominó en la vida de la Hispania visigoda. Ahora bien, en la estructura de la sociedad de la Hispania visigoda se iban gestando los elementos que posteriormente darían forma a la sociedad feudal. El fortalecimiento de los señores sobre los campesinos como dueños de la tierra hacían presagiar de forma inequívoca el futuro régimen señorial.

La monarquía visigoda no era hereditaria y se accedía al trono por una especie de elección, eso sí entre los poderosos, los cuales debían de elegir entre personas de estirpe goda con lo cual quedaban excluidos los hispanorromanos. Algunos de los monarcas, sin embargo, consiguieron, a través de alianzas internas, dejar la corona en manos, o mejor dicho en cabeza, de alguno de sus hijos. Según las teorías dominantes de la época el poder de los reyes procedía de Dios[3]. De todas formas Dios no debía de velar mucho por la vida de los que había ungido con el poder terrenal, pues hubo muchos reyes visigodos que murieron asesinados incluso siendo menores de edad y la muerte de otros muchos se produjo en extrañas circunstancias. En fin, los reyes visigodos se rodeaban de personas de su confianza que les ayudaban en las tareas de gobierno, los cuales formaban el “Oficio palatino”.

La Hispania visigoda pasó durante las últimas décadas del siglo VII y la primera del VIII grandes crisis. La peste, las malas cosechas, el bandolerismo, la decadencia moral... contribuyeron enormemente a profundizar en esas crisis. Los campesinos, por la gran presión a la que eran sometidos, abandonaban los campos de cultivo y la minoría judía sufrió la persecución de forma sistemática. En cualquier caso, la crisis más profunda fue el enfrentamiento que mantuvieron dos grandes familias de la nobleza visigoda a mediados del siglo VII por conseguir el poder y ocupar el trono. Los reyes visigodos Chindasvinto y Wamba fueron los personajes centrales de esta auténtica guerra civil.

3-4 Crisis visigoda. Don Rodrigo

Una vez más con la muerte del rey Witiza, asesinado en el año 710, se inició un conflicto por la sucesión al trono. Los hijos de Witiza, con el apoyo de un sector de la aristocracia, reclamaron su derecho a ocupar el trono. Al mismo tiempo existía otro sector de la aristocracia que defendía la subida al trono de Rodrigo, quien, finalmente fue proclamado rey. Ahora bien, don Rodrigo no llegó a controlar la totalidad del territorio de la Hispania visigoda, pues uno de los hijos de Witiza, Agila II, fue proclamado rey y dominaba la provincia Tarraconense y la provincia de Septimania.

Así las cosas, los musulmanes cruzaron el estrecho de Gibraltar, llegaron a la península Ibérica con sus tropas y tras la batalla que sostuvieron cerca del río Guadalete en la provincia de Cádiz,  se apoderaron de la Hispania visigoda e incluso invadieron Francia llegando hasta Poitiers, donde fueron derrotados por Carlos Martel, abuelo de Carlomagno, en el año 732. Al parecer, las tropas musulmanas llegaron para ofrecer la ayuda que les había pedido el bando de los hijos de Witiza para enfrentarse a don Rodrigo y conseguir el trono de todo el reino visigodo. Don Rodrigo que se encontraba combatiendo a los vascones, tuvo que dirigirse al sur peninsular para hacer frente a los musulmanes y en la mencionada batalla de Guadalete, librada en el año 711, abandonado por una parte de sus tropas, que tomó partido a favor de sus rivales, cayó herido mortalmente. En poco más de 7 años, las tropas musulmanas conquistaron todo el reino visigodo. Los dirigentes visigodos partidarios de don Rodrigo fueron matados o huyeron, mientras que los que apoyaron a los hijos de Witiza se integraron en la nueva realidad y contribuyeron al proceso de estructuración social y política de lo que hoy conocemos como al-Ándalus[4].



[1] Si no que se lo digan a los escolares de mi época, que se debían de aprender de memoria y por orden cronológico la  “Lista de los Reyes Visigodos”; que fueron muchos, por cierto
[2] Al parecer estos bárbaros no se arredraban ante nada y eran crueles a más no poder; al menos así nos ha llegado a través de la historia, hasta el punto que vandalismo y vándalo han quedado como palabras que definen una actitud de destrucción salvaje y cruel. Según la RAE, vandalismo: espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana y vándalo: hombre que comete acciones propias de gente salvaje y desalmada
[3] Una persona de las más influyentes en estas teorías era Isidoro, obispo de Sevilla, que fue autor de numerosas obras que influyeron mucho en su época. Entre otras cosas afirmaba que el poder espiritual estaba por encima del poder temporal. Por cierto, Felipe González, que también es sevillano, en la época de clandestinidad política durante la dictadura franquista adoptó el nombre de Isidoro.
[4] La leyenda también hace intervenir en este suceso al Conde Don Julián, que era el gobernador de Ceuta, y dice que ayudó a los musulmanes a cruzar el Estrecho y derrocar a don Rodrigo porque éste había violado a su hija. Hay otros que piensan que sí, que efectivamente apoyó la invasión musulmana pero porque era uno de los aristócratas que apoyaban a los “witizianos”
 

23 de julio de 2011

4.- LA HISPANIA MUSULMANA (AL-ÁNDALUS) siglos VIII al XV

       4-1 Introducción
       4-2 Emirato dependiente (714-756)
       4-3 Emirato independiente (756-929)
       4-4 El califato de Córdoba (929-1031). Abderramán III
       4-5 Almanzor
       4-6 Primeras taifas (1031-1090)
       4-7 Almorávides (1091-1146)
       4-8 Almohades (1147-1269)
       4-9 La dinastía Nasrí o Nazarí de Granada (1238-1492)
       4-10 Estructura económica y social de al-Ándalus
       4-11 Las instituciones
       4-12 Vida cultural en al-Ándalus
       4-13 Legado andalusí    

4-1 Introducción

Nos encontramos en la segunda década del siglo VIII y aquí se nos presenta una nueva invasión de la Península Ibérica. En esta ocasión son los árabes que penetraron en tierras ibéricas solicitados por los hijos de Witiza para que les ayudaran a conseguir el poder eliminando a Don Rodrigo, rey de la mayor parte de la península. Como hemos visto anteriormente los musulmanes vinieron para echar una mano... y se quedaron, nada menos que durante 8 siglos. Lo mismo que los romanos y los visigodos, los musulmanes iniciaron la conquista, pero en este caso no hubo grandes defensas por parte de los hispanovisigodos y la península fue conquistada en muy poco tiempo, a pesar de que las tropas árabes no eran muy numerosas. En efecto, la conquista por los musulmanes se desarrolló con suma facilidad. Tariq y Muza, jefes de los musulmanes, utilizaron las calzadas romanas para realizar incursiones victoriosas e ir dejando guarniciones en los puntos estratégicos. La verdad es que no encontraron ninguna resistencia en sus recorridos por parte de los romano-visigodos y entre los años 711 a 714 llegaron hasta la meseta norte y el valle del Ebro. La explicación a esta falta de resistencia a los invasores es sin duda el estado de descomposición en que se encontraba el reino de los visigodos, pues durante los últimos reinados la situación era de suma debilidad política y de inestabilidad social y económica, lo que se tradujo en disputas internas de todo tipo. Si a todo ello sumamos que la minoría judía estaba muy quejosa del tratamiento recibido por los últimos monarcas visigodos, es fácil entender que el panorama no era el más propicio para que los hispanos trataran de hacer frente y resistirse a una invasión que, en el peor de los casos, los iba a dejar como estaban. Así las cosas los que no apoyaban abiertamente la invasión, llegaban a pactos con los invasores, como hizo gran parte de la nobleza hispano-goda, para que se les respetara sus dominios y haciendas previo acatamiento de los invasores. Y así a principios de octubre  del 711 los musulmanes se apoderaron de Córdoba y poco después de la capital visigoda, Toledo, se entregó sin ofrecer resistencia. En honor a la verdad hay que decir que los musulmanes fueron respetuosos y tolerantes con los cristianos, pues, al fin y al cabo, eran “gentes del Libro”[1].  Por ello los árabes no impusieron la religión musulmana a la población hispanovisigoda y, tanto los judíos como los cristianos, pudieron seguir con su culto; eso sí, como veremos más adelante, debían de pagar unos impuestos especiales a su circunstancia.

Como hemos visto algunos partidarios de don Rodrigo huyeron hacia las montañas del norte peninsular, a Asturias en concreto. Allí se establecieron y eligieron jefe a Don Pelayo, que, al parecer, era uno de los nobles cercanos a don Rodrigo. Los musulmanes lanzaron diversas campañas durante los años siguientes hacia el norte de al-Ándalus, llegando a conquistar la ciudad de Narbona, en el sur de las Galias, en el año 720. Sin embargo, pocos años después como sabemos, en el 732, sufrieron un gran descalabro en Poitiers. Ahora bien, esta no fue la primera derrota de los musulmanes en tierras europeas, pues en el año 722 Don Pelayo y los suyos sorprendieron a los musulmanes y les vencieron en la batalla de Covadonga: comenzaba lo que se llama la Reconquista que, en el capítulo siguiente, veremos como discurrió[2]

4-2 Emirato dependiente (714-756)

Durante el mandato del hijo de Muza, Abd al-Aziz (714-716), los musulmanes prosiguieron la conquista de la zona norte peninsular y tomaron Pamplona, Tarragona, Barcelona, Gerona y Narbona. Sin embargo, con su asesinato se abrió un período un tanto convulso por rivalidades entre los distintos clanes que componían las fuerzas invasoras y se sucedieron en el poder distintos gobernadores que dependían del califato de Damasco en el que estaba instalada la dinastía Omeya. Esta fase, hasta el año 756, es conocida como la del “Emirato dependiente”.
Por ello, el gobierno de al-Ándalus, que desde el año 716 tenía su capital en Córdoba, estaba regido por un emir, que, como decíamos antes, obedecía las órdenes del califa de Damasco. Ahora bien, a mediados del siglo VIII se produjo un cambio en el mundo musulmán, pues la dinastía Omeya que era quien regía los destinos de El Islam hasta esos momentos, fue eliminada de forma violenta por la dinastía Abasí, los cuales trasladaron la sede del califato a Bagdad. Sin embargo, uno de los miembros de la dinastía Omeya consiguió sobrevivir a la catástrofe, se refugió en tierras hispanas de al Ándalus y, tras unas duras luchas, consiguió hacerse con el poder en el emirato andalusí en el año 756. Se trataba de Abderramán I (756-788), quien inmediatamente rompió relaciones[3], al menos en el ámbito de la política, con quienes les habían expulsado del poder califal, pues en el religioso seguía prestando obediencia al califa Abasí de Bagdad. Se iniciaba de esta manera la nueva etapa bajo la denominación de “Emirato independiente”

4-3 Emirato independiente (756-929)

En efecto, Abderramán I llegó a la península en el año 755, en concreto a Almuñécar en donde, en uno de los extremos de su paseo marítimo, hay erigida una estatua con una placa conmemorativa que recuerda este hecho. En esta placa figura un pequeño poema que, según la leyenda pertenece al propio Abderramán I, en la que él manifiesta su añoranza y nostalgia por las tierras dejadas atrás:
  



























Abderramán I se estableció en la región de Elvira (Granada), reunió en torno a su figura a todos aquellos que estaban descontentos con la situación que se estaba viviendo en al Ándalus, y se hizo proclamar emir. Se dirigió a Córdoba, donde se estableció en mayo del 756 y, como ya referimos anteriormente, tras duras luchas, consiguió mantenerse en el poder y proclamar independiente al emirato de al Ándalus. En cualquier caso, dado el enfrentamiento que existía en al Ándalus entre las diferentes facciones que componían las tropas invasoras, no le fue fácil mantenerse en el poder. Sin embargo logró un delicado equilibrio entre todas esas fuerzas que le permitió nombrar como gobernadores de las principales ciudades a sus más fieles y allegados. Hasta tal punto se consideró asentado en el emirato que no sólo lo independizó, sino que, en los rezos diarios, sustituyó la invocación al califa de Bagdad por la suya propia. Asimismo, otro de los síntomas de ese afán independentista del Omeya, lo podemos encontrar en la acuñación de moneda en la que quedó eliminado el nombre del califa y sólo figuraba la fecha y el lugar de acuñación, al Ándalus.

Fue en tiempos de Abderramán I cuando comenzaron las obras para la construcción de la mezquita mayor de Córdoba, construida en el lugar que ocupaba una basílica visigótica, y que con la Alhambra de Granada, constituyen los monumentos más importantes de la arquitectura andalusí.

El “Emirato independiente” duró casi dos siglos, desde Abderramán I hasta que llegó Abderramán III en plena crisis andalusí. Durante este tiempo, no obstante, se consolidó el poder del Islam en Hispania. Como sabemos, sólo quedaron al margen del control andalusí las zonas montañosas del norte peninsular, donde a duras penas subsistían tanto los visigodos que allí se habían refugiado como los pueblos prerromanos existentes en estas tierras: astures, cántabros, galaicos, vascones...

A lo largo de toda la etapa del “Emirato independiente” los musulmanes llevaron a cabo campañas contra estos cristianos del norte con el objetivo de conquistar esta zona o, al menos, que estos quedaran aislados y no pudieran progresar hacia el sur. Los cristianos, no obstante, estaban obligados a pagar tributos al emirato. Los enfrentamientos que depararon estas campañas musulmanas les fueron a veces favorables (Morcuera año 863-864) y otras fueron netamente favorables a los cristianos  como la mítica batalla de Clavijo en el año 844 donde, según una vez más la leyenda, Ramiro I tuvo un sueño en el que se le aparecía Santiago, le comunicaba su propia presencia en la batalla y la victoria cristiana. Puesto en conocimiento de las tropas el sueño, los cristianos, con más moral que el alcoyano, se enfrentaron a los musulmanes y vieron a Santiago, en un caballo blanco[4], matando a diestro y siniestro musulmanes, es decir, apareció el Santiago matamoros de leyenda.

En otro orden de cosas, los conflictos internos continuaban, pues los gobernadores de los territorios fronterizos con los cristianos no estaban satisfechos y se rebelaban minando de esta manera el poder central de Córdoba. Hay que añadir, además, que existían muchas tensiones sociales; tanto con los muladíes, nombre que se dio a los que se convirtieron al islamismo, bien fueran cristianos o judíos, como con los mozárabes, nombre que designaba a los cristianos que vivían en territorio andalusí manteniendo sus creencias religiosas.

Aclaremos cuanto antes que los hispanovisigodos que se convirtieron al Islam fueron muy numerosos y aumentaba de día en día el número de cristianos que abrazaban la religión musulmana. ¿Quiere decir esto que a los cristianos el dios Alá los iluminaba y caían rendidos ante la verdad revelada? Bueno, es posible, pero si tenemos en cuenta que el que no fuera musulmán debía de pagar muchos más impuestos, quizá tengamos una respuesta bastante más cercana a la realidad. Hasta tal punto debía ser dura la presión fiscal hacia los muladíes, que cerca de un 75% de la población hispana se convirtió al islamismo

En cualquier caso, durante todo el periodo del “Emirato independiente” se produjeron disturbios de mayo o menor nivel producidos por las profundas tensiones existentes que, además, estaban mezcladas y atravesadas por factores tanto políticos como sociales que hicieron de este período de consolidación del Islam un período de inestabilidad política lleno de revueltas y altercados como el de Musa, miembro de la familia muladí Banu Casi se llegó a titular “tercer rey de Hispania”. Pero sin duda, la revuelta más importante fue la encabezada por el muladí malagueño Umar Ibn Hafsum en el año 879. Este panorama apenas cambió hasta la llegada de Abderramán III al poder que se encontró con un al Ándalus fragmentado en distintas zonas autónomas entre sí y alejadas del poder central de Córdoba.

4-4 El califato de Córdoba (929-1031). Abderramán III
Los saqueos, claro, correponden a las trastadas realizadas por Almanzor
Este fue el panorama con que se encontró Abderramán III (912-961) cuando llegó al trono de al Ándalus en el año 912. La decadencia política del emirato era un hecho obvio e incontrovertible, pues además de la revuelta de Umar Ibn Hafsum, que había alcanzado proporciones gigantescas, existían las actitudes de los gobernadores de las marcas, zonas fronterizas con los cristianos, que desde luego se pueden calificar de secesionistas. No obstante, Abderramán III se propuso desde el primer momento pacificar el territorio y a la vez restablecer la autoridad de los Omeya en al Ándalus. Comenzó por acabar con la sublevación de Umar Ibn Hafsum, lo que logró en 928. Asimismo, y simultáneamente logró acabar con las tendencias independentistas de los gobernadores de las marcas. Con este cambio radical en tan poco tiempo del estado en que se encontraba al Ándalus, en el año 929 se proclamó Califa y príncipe de los creyentes, estableciendo por tanto el Califato de Córdoba, lo que significaba la total independencia de Bagdad, incluida la religiosa, ya que la política se había logrado en el año 756 cuando se había declarado el “Emirato independiente”. Con ello dio inicio a la época más esplendorosa de la España musulmana.

Abderramán III puso freno al avance cristiano en su afán de repoblar aquellas tierras norteñas que se venía produciendo con las luchas de los reyes satures en el siglo IX, que había llegado a la línea del Duero; línea que apenas fue rebasada por los cristianos en el siglo X. Además supo sacar ventajas de las luchas internas por la sucesión en territorio asturleonés tras la muerte de Ramiro II, hasta el punto que los reyes cristianos pagaran un impuesto y hubo quien se trasladó a Córdoba para rendir homenaje al Califa, como Sancho I.

Abderramán III fue un político y militar de excepción que consiguió para al Ándalus la paz y prosperidad. En el año 936 dio las órdenes para que comenzara la construcción del palacio de Medina Azahara cerca de Córdoba como símbolo de su poder y grandeza. Se trataba, más bien, de una ciudad-residencia, pues en ella se albergaba el palacio, mezquita, talleres, jardines, etc.

Alhakén II (961-976) sucedió en el califato a su padre Abderramán III, quien era una persona muy interesada por las artes y la cultura y el breve período en el que reinó fue de gran esplendor cultural y  artístico. Intervino militarmente en las disputas internas en el reino de León y a Córdoba viajaban diferentes representantes de los reinos y condados hispanos dando muestras de la sumisión de los cristianos al califato de Córdoba.  

4-5 Almanzor

A Alhakén II le sucedió su hijo Hisham II (976-1009) que era un niño, por lo que el poder efectivo recayó en su tutor el hayib Ibn Abi Amir, persona de gran ambición que fue el verdadero dirigente de al Ándalus en su tiempo. A esta época del califato de Córdoba se la denomina de los “amiríes”  siendo Ibn Abi Amir, un personaje de una familia de tipo medio, el fundador la dinastía Amirí; esto significa que aunque en al Ándalus los cargos de funcionarios no tenían carácter hereditario, Ibn Abi Amir consiguió que su hijo le sucediera en el cargo y, a la muerte de éste, accedió al mismo otro de sus hijos, llamado Sanchuelo .

Pero digamos ya de una vez, que el tan mencionado en el párrafo anterior no es ni más ni menos que al Mansur bi-llah, que significa “el victorioso por Allah”, sobrenombre que recibió en el 981 y que es el conocido en las crónicas cristianas con el nombre de Almanzor.

Almanzor (976-1002) fue el fundador de un régimen autoritario basado en la fuerza del ejército y era temido en todo el orbe cristiano peninsular, pues sus campañas militares contra los cristianos fueron de lo más destructivas y terroríficas: en el año 985 sus tropas saquearon Barcelona, en el 988 destruían distintos monasterios leoneses, en el 997 entraban en Santiago de Compostela, donde respetaron la supuesta tumba del apóstol, no así la catedral que la arrasaron y volvieron victoriosos a Córdoba con las campanas de la misma, y en 1002 le tocó al monasterio San Millán de la Cogolla sufrir los envites y quedar arrasado por las tropas de Almanzor.

Pocos días después de la destrucción de San Millán de la Cogolla murió Almanzor, sucediéndole en el cargo su hijo al-Muzaffar (1002-1008) que siguió con la política de su antecesor e igual que su padre respetó al califa. A su muerte accedió su hermano Abderramán Sanyul (Sanchuelo para los cristianos) que, sin embargo, no actuó como sus dos predecesores y cometió el error de prescindir de Hisham II y pretender convertirse en califa pidiendo su abdicación. Mucho mejor le hubiera ido si hubiese continuado con la misma estrategia de gobernar a la vez que respetaba al califa, como hicieron sus predecesores, pues su intento de hacerse con el título de califa desató la de Dios es Cristo, los partidarios de los Omeya se levantaron en armas y se llegó a una guerra civil entre partidarios de uno y del otro. De esta manera se inició una etapa convulsa que duró casi veinte años en los que se proclamaron 13 califas, algunos de ellos depuestos y vueltos a poner. Durante este tiempo, y ya en la primera etapa, se fue fragmentado el califato y apareciendo territorios más o menos independientes, llamados ta'ifah (taifa), que en árabe significa tribu, en los que los dirigentes locales se hicieron llamar reyes o sultanes, consiguiendo la independencia total con la consiguiente desaparición del califato en 1031.

4-6 Primeras taifas (1031-1090)
Primeros reinos de Taifas
Evidentemente, la desaparición del califato conllevó la desaparición del poder central y cada una de las taifas fue gobernada por su autoridad local, sin que existiera ningún órgano colectivo que dirigiera algún tipo de política común. Es más, lo que ocurrió fue todo lo contrario, pues alguna taifa, por cuestiones dinásticas sobre todo, se volvió a fragmentar apareciendo otras nuevas, como en los casos de Zaragoza, Badajoz, Valencia, etc. Al mismo tiempo era frecuente también que unas taifas se integrarán en otras, generalmente por conquista, como en el caso de Sevilla, que absorbió a una docena. Además, en muchos casos, no existían fronteras fijas entre las taifas, lo que acarreaba conflictos continuos y algunas ciudades cambiaban de dueño con frecuencia. 
Los reyes de taifas, generalmente, gobernaron basándose en fidelidades de tribu en lugar de un sentimiento nacional apoyado en la lengua, la cultura o la religión. Los reyes de las taifas transmitían el poder mediante herencia (cuando podían, claro; porque a veces se montaba la marimorena). Cada taifa tenía su propio ejército, formado normalmente por tropas mercenarias.

Por otra parte, la política de alianzas era bastante frecuente, pues era muy habitual que en un determinado reino surgieran los conflictos internos para ver quien se hacía con el poder e, incluso,  las luchas de unas taifas contra otras para tratar de aumentar sus dominios territoriales estaban a la orden del día. Así pues, las alianzas se buscaban tanto entre musulmanes como con los reinos cristianos, ya que de lo que se trataba era de mantener el poder o aumentarlo. Por ello no había ningún reparo en buscar apoyos en lo que podríamos denominar el bando contrario.

Aunque no hay acuerdo entre los historiadores, pues como hemos visto el cachondeo que se traían integrándose o fragmentándose los territorios nacidos con la desaparición del califato, la división de al-Ándalus quedó reflejada en la creación de entre veinte y treinta taifas. Esta división, qué duda cabe, supuso una debilidad que los cristianos, como veremos más adelante, supieron aprovechar para ampliar sus dominios reconquistando las tierras situadas al sur del Duero y, además, impusieron parias a las taifas, tributos que debían de pagar los reyes de las taifas a los reyes cristianos por mantener la paz y no ser atacados, lo que suponía un mayor debilitamiento de los musulmanes y a la vez contribuía a aumentar el poder de los cristianos.

4-7 Almorávides (1091-1146)

Así las cosas, a finales del siglo XI, las taifas siendo conscientes de su debilidad y del peligro que corrían de ser atacadas, a pesar del pago de las parias, por los reinos cristianos del norte, varias de ellas recurrieron a los almorávides, enviando una delegación a Fez solicitando ayuda. Hay que tener en cuenta que, en efecto, los reinos cristianos no permanecieron ociosos y ya en 1085, por ejemplo, Alfonso VI tomó la ciudad de Toledo.

Los almorávides eran bereberes del norte de África que habían formado, basándose en un movimiento político-religioso, un sólido imperio en el occidente y centro del Magreb. Su sentido religioso era muy estricto y mantenía la ortodoxia islámica, dispuestos por lo tanto a la Guerra Santa. De ahí que los almorávides cruzaran el Estrecho, al mando de su jefe Yusuf Ibn Tasufin, llegando a las costas de Algeciras en 1086, deseando participar en dar palos a los infieles. Y así fue, en ese mismo año derrotaron a los ejércitos cristianos de Alfonso VI en la batalla de Sagrajas, cerca de Badajoz. A su llegada los almorávides se encontraron con una tierra fértil, unos musulmanes muy relajados en sus costumbres, poco cumplidores con la doctrina del Islam y con gran tolerancia hacia los judíos y cristianos. No obstante, Yusuf volvió al Magreb, pero la incapacidad política, militar y económica de las taifas continuaba lo que les hacía mirar nuevamente a los reinos cristianos.

Yusuf volvió al-Ándalus en el año 1089 para ver de arreglar la situación. Sin embargo, las disensiones entre las taifas continuaban y decidió apoderarse de ellas para dar la batalla a los cristianos en mejores condiciones. Así ocurrió en efecto y ello conllevó algunos éxitos de los musulmanes que volvieron a recuperar territorios perdidos anteriormente, llegando hasta las mismas puertas de Toledo, que, sin embargo, no consiguieron ocupar. Sí lo hicieron en Badajoz, Zaragoza, Valencia, etc. Aunque, bien es verdad, que les duró poco tiempo y en unos años retornaron al dominio de los reinos cristianos.

La etapa de gobierno almorávide, que duró hasta 1145, supuso para al-Ándalus un resurgimiento que, sin embargo, no pudo continuar en el tiempo al tener los almorávides que reducir sus efectivos militares en la península y trasladarlos al Magreb para sofocar levantamientos disidentes y hacer frente a los ataques de los almohades en ese territorio. Los andalusíes empezaron también a levantarse en contra de las autoridades y soldados almorávides que aún quedaban y fueron creándose las llamadas “segundas taifas”, eso sí, en un espacio geográfico más reducido, pues los cristianos habían avanzado considerablemente hacia el sur y el este. Estas “Segundas taifas” existieron hasta que los almohades volvieron a unificar todo el territorio andalusí bajo su poder.

4-8 Almohades (1147-1269)

El motivo del traslado de las tropas almorávides al Magreb vino determinado por la necesidad de responder a los ataques de una nueva fuerza. En efecto, se trataba de los almohades, que conquistaron la capital de los almorávides, Marrakech, en el año 1147, apoderándose de todos sus  territorios consiguiendo, incluso, ampliar sus dominios en el norte de África.

Los almohades también eran beréberes como los almorávides y, asimismo, tenían un componente religioso muy acentuado. Por eso, los almohades acusaron a los almorávides de corrupción, de desvío de la doctrina islámica y de relajación religiosa y moral y arremetieron contra ellos. Sus aspiraciones, por otra parte, eran tanto espirituales como políticas.

La llegada de los almohades a al-Ándalus viene precedida por la necesidad de los andalusíes de las “segundas taifas” de recurrir a ellos para intentar frenar los avances cristianos, que en esos momentos les obligan a reducir, cada vez más, sus territorios. Al mismo tiempo, la necesidad de los andalusíes coincide con el afán expansionista de los almohades, vamos que, como dicen en mi pueblo, “se junta el hambre con las ganas de comer”. A pesar de todo, no parece que la ocupación de al-Ándalus por los almohades se pueda considerar pacífica, pues ocurrió, en muchos casos, de una forma violenta, pues no todas las taifas estaban de acuerdo en su venida, y algunas consideraban que era preferible llegar a acuerdos con los reinos cristianos para seguir manteniéndose en el poder, aun pagando elevadas parias, que recurrir a los almohades. Así hubo taifas que recurrieron al apoyo de los cristianos para hacer frente a los almohades, que, finalmente, consiguieron ocupar la totalidad de al-Ándalus y frenar el avance de los reinos cristianos.
Los almohades efectuaron en al-Ándalus un proceso de conquista similar al que habían realizado los almorávides. Acudiendo en auxilio de diversos lugares frente al empuje cristiano, dominaban Sevilla en 1147, Córdoba en 1149, Granada y otras ciudades; en 1157 cayó en su poder Almería, siendo seguida por Baeza, Jaén, Úbeda y otras. Sin embargo, su situación fue precaria hasta su desembarco en Gibraltar en 1161, iniciando la ofensiva. La victoria más sonada de los almohades sobre los cristianaos fue en la  batalla de Alarcos, año 1195.

Estos fueron los momentos de mayor auge de los almohades en la península Ibérica, pues a partir de la derrota sufrida en la batalla de Las Navas de Tolosa (cerca de Jaén), año 1212, seguida de los conflictos internos por la sucesión en el poder,  los almohades no levantaron cabeza y, una vez más, los levantamientos de los andalusíes encabezados por sus jefes locales, traen consigo, esta vez, las “Terceras taifas”.

En todo caso, sólo el reino de Granada de Ibn Nasr sobrevivió al proceso de reconquista del siglo XIII ejecutado por los reinos cristianos y quedó como reino independiente, aunque tributario del de Castilla.

4-9 La dinastía Nasrí o Nazarí de Granada (1238-1492)
A finales del siglo XIII sólo el reino nasrí (nazarí) de Granada, surgido a consecuencia de la fragmentación de al-Ándalus después del poder almohade, quedó en manos de los musulmanes que duraría hasta finales del siglo XV, en concreto hasta 1492, que fue cuando entraron en Granada los Reyes Católicos. Este reino abarcaba una franja de territorio a lo largo de la costa, desde Tarifa hasta Almería y desde el Mediterráneo hasta poco más al norte de Granada, comprendiendo otras ciudades importantes, como Málaga.
El fundador de la dinastía nazarí y del reino de Granada, Muhammad Ibn Yusuf Ibn Nasr (1231-1273), comenzó siendo reconocido como gobernante de su ciudad natal, Arjona al norte de Jaén, en 1231, ampliando su poder posteriormente a Jaén y Guadix, y más tarde, en 1238, se apoderó de Granada y su territorio. Sin embargo debió de reconocer, mediante la firma de un tratado de paz, la soberanía del rey castellano  Fernando III, prestarle ayuda militar y a pagar un fuerte tributo anual.
En cualquier caso, Granada se convirtió en una importante ciudad, centro cultural de primer orden, en la que el primer miembro de la dinastía nazarí comenzará la construcción de la Alambra que, junto a la mezquita de Córdoba, es lo más sobresaliente de la arquitectura andalusí.
La península Ibérica a mediados del siglo XIII

Durante las dos centurias y media que duró el reino de Granada su situación fue un tanto precaria, pues estaba amenazado al sur por los benimerines o mariníes[5], que ocupaban el norte de África, y al norte por los cristianos. Si se pudo consolidar fue, fundamentalmente, gracias a la diplomacia, a las distintas alianzas que de forma alternativa formó con los dos núcleos que amenazaban su existencia y a que tanto los mariníes como los cristianos tuvieron sus propios conflictos internos[6] que les impidió prestar la suficiente atención al reino vecino.
En estos dos siglos y medio hubo ciudades (Gibraltar, por ejemplo) que fueron conquistadas por unos y reconquistadas de nuevo por los otros. Sus fronteras variaron constantemente, aunque no de forma importante. De esta etapa viene la utilización de muchos de los pueblos de frontera de este apelativo precisamente como, por ejemplo, Jerez, Vejer, Arcos, Conil, etc.
Uno de los encuentros más famosos entre los musulmanes y cristianos de esta época, se celebró en 1340 en la Batalla del Salado. Los andalusíes contaban con la ayuda del rey de Fez y sus tropas, pues pretendían reconquistar la península. A ellos se enfrentó un combinado integrado por fuerzas de Castilla, Aragón y Portugal derrotando a las tropas islamistas.
A finales de la mitad del siglo XV, Castilla se encontraba inmersa en una guerra civil entre los partidarios de Pedro I, el Cruel, y Enrique de Trastámara. Los musulmanes, sin embargo, no pudieron aprovechar esta oportunidad de ampliar su zona de influencia, pues su reino se encontraba en una situación de desparramo total con conflictos internos importantes. La inestabilidad continuó en el reino de Granada y en el año 1462 los cristianos les arrebatan de nuevo Gibraltar, esta vez definitivamente, dejando al reino de Granada aislado del norte de África.

El penúltimo rey nazarí fue Muley Hacén[7] (1464-1482 y 1483-1485), su reinado se caracterizó por la inestabilidad y las disputas internas en torno al poder. Al parecer, Muley Hacén quedó prendado ante los encantos de una noble cristiana, llamada Isabel de Solís, que había sido apresada como cautiva en una escaramuza de los nazaríes. Una vez convertida al islamismo Isabel tomó el nombre de Soraya (que significa Lucero del Alba) y el rey la hizo su favorita y tuvo dos hijos con ella. Ello provocó las iras de Aixa, su antigua esposa, la madre de Abu Adb Allah (Boabdil), que comenzó unas intrigas palaciegas que finalmente acabaron con Muley Hacén destronado.

Al finalizar el reino nazarí
No obstante, Boabdil (conocido como El Chico) se levantó en 1482 contra su padre y su tío, El Zagal, y con el apoyo de su madre Aixa y con el de la destacada familia de los abencerrajes, fue proclamado sultán del reino nazarí, quien para justificar ante sus súbditos su proclamación, atacó Lucena, en 1483, donde fue hecho prisionero. Los reyes Católicos pactaron con él su libertad y lo utilizaron contra su padre, que había recuperado el trono de Granada. Dos años más tarde, en 1485, Boabdil fue liberado, pero tuvo que pagar un alto rescate y el reconocimiento, cuando volviese a ocupar el poder del reino nazarí, de la soberanía de los Reyes Católicos sobre Granada.
Muley Hacén murió en 1485 y, aunque su hermano El Zagal continúo con su partido, Boabdil consiguió el poder, no sin cesar la guerra civil contra El Zagal y sus partidarios. Así las cosas, los Reyes Católicos aprovechando la debilidad de la monarquía nazarí y la enorme potencia cristiana tras la unión de los reinos de Castilla y Aragón (1479) fueron conquistando de forma sistemática todas las plazas del reino (Ronda, 1485; Loja, 1486, Málaga, 1487; Baza, 1489 y El Zagal entregaba Almería y Guadix en 1489), lo que culminó con el cerco de la ciudad de Granada en 1491, llegando a la rendición y capitulación el 2 de enero de 1492, fecha en la que entraron triunfantes los Reyes Católicos en la ciudad.
Boabdil recibió a cambio el señorío de las Alpujarras, donde se retiró hasta que en 1493 se exilió a  Fez. Dice la leyenda española, que no está sustentada en ningún tipo de documentación, claro, que Boabdil al retirarse hacia las Alpujarras, al llegar a un altozano[8], se volvió para ver por última vez Granada y lloró. Su madre, en esos momentos, le dijo: Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre. La historia política de al-Ándalus había terminado.

La Alhambra de Granada
Los acuerdos llegados para la capitulación recogían aspectos que eran aceptables para los musulmanes, pues se acordaba, por ejemplo, que se garantizaba la seguridad de las personas y propiedades; los musulmanes serían juzgados por sus propias leyes; se admitía el funcionamiento de ma en las mezquitas ni en los hogares de los musulmanes; ponía en libertad a todos los prisioneros de Granada; admitía la emigración a África de todos los que lo desearan; no se castigaría a los conversos; eximía a los musulmanes de dar hospitalidad a los cristianos; concedía a los musulmanes libertad de movimientos en territorios cristianos.ezquitas y otras instituciones religiosas, dando libertad de culto y otras prácticas; no permitía a los cristianos la entrad

Sin embargo, con la llegada de Francisco Jiménez de Cisneros, más conocido como Cardenal Cisneros, a Granada, en 1499, sustituyendo a Fray Hernando de Talavera primer arzobispo de la ciudad, mucho más benévolo y comprensivo que Cisneros, pues pretendía la conversión de los musulmanes a través de la persuasión y el convencimiento, las cláusulas de la capitulación quedaron en papel mojado y los musulmanes, según se dictaba en una pragmática de febrero de 1502 de los Reyes Católicos, debieron de elegir entre la conversión al cristianismo o el exilio. Esta última fue la elección de la mayoría. A partir de este momento el término mudéjar desaparece, pues dejan de existir en tierra peninsular los musulmanes, ya que, o bien han sido expulsados, o bien se han convertido al cristianismo. A estos últimos se les denominará moriscos.

4-10 Estructura económica y social de al-Ándalus

Al-Ándalus se insertó plenamente en el mundo económico del Islam. Ello supuso que la economía de la España musulmana, a diferencia de lo que sucedía en los territorios cristianos del norte, fuera de un gran dinamismo. En dicha economía sobresalía, como rasgo más significativo, el trascendental papel que desempeñaban las ciudades, centros tanto de actividades artesanales como mercantiles.
La mezquita de Córdoba

Pero los árabes no sólo impulsaron el desarrollo en las ciudades, sino que también consiguieron desarrollar una gran actividad y modernización de las zonas rurales. Así los árabes introdujeron importantes novedades, impulsando notablemente el regadío, sobre todo a base de la noria (5.000 norias en el valle del Guadalquivir). Al mismo tiempo se realizó una gran expansión de  la arboricultura. Pero quizá una de las novedades más significativas fue el desarrollo de cultivos como el arroz, los agrios, la caña de azúcar, la palmera, el algodón, la berenjena o el azafrán. Es preciso señalar, asimismo, el auge alcanzado por las plantas aromáticas y medicinales, así como la proliferación de las huertas y los vergeles. También adquirió gran importancia en al-Ándalus la producción de seda.
Desde el punto de vista de la ganadería los animales que más abundaban en al-Ándalus eran la oveja y la cabra, sin olvidar a los caballos, imprescindibles para la guerra, y a las mulas, utilizadas para el acarreo de productos.

Pero el centro de la vida económica de al-Ándalus eran las ciudades. Muchas de ellas tenían raíces romanas, aunque hubo algunas de nueva creación, entre las que cabe mencionar a Almería, Madrid o Calatayud. Sin duda la ciudad más próspera de al-Ándalus desde el siglo VIII al X fue Córdoba. Córdoba era la ciudad más poblada de todo el Occidente, tanto musulmán como cristiano. Se calcula que, en el siglo X, tenía una población próxima a los 100.000 habitantes. París por aquel entonces no tendría más de 30.000
La sociedad musulmana tenía un carácter teocrático, por cuanto no había en ella la menor separación entre el plano religioso y el político

El término Islam significa, desde el punto de vista religioso, entrega o sumisión a Dios. La mezquita era en el mundo musulmán el centro de la vida religiosa. En las mezquitas mayores de las ciudades se reunían los fieles para asistir a la oración de los viernes.

Los musulmanes, por otra parte, recogieron el riquísimo legado cultural del mundo helenístico, así como el de diversos países del Medio Oriente. Por el mundo islámico circulaban abundantes manuscritos, de temas literarios o científicos.

Las ciencias fueron cultivadas ampliamente en al-Ándalus. En el ámbito de las matemáticas conviene recordar que los árabes introdujeron en tierras hispanas, a finales del siglo IX, la numeración de origen indio. Matemáticas, astronomía, medicina, botánica, zoología, alquimia o la farmacología fueron materias en donde hubo grandes estudiosos en la etapa musulmana.
4-11 Las instituciones

En los comienzos de la conquista musulmana, los gobernadores que se sucedieron en al-Ándalus y cuya dependencia de los califas de Damasco era cada vez más teórica, impusieron en la península Ibérica y a escala reducida los cuadros administrativos de la Siria de los omeyas. En el año 716 la capitalidad fue transferida de Sevilla, excesivamente periférica, a Córdoba, donde quedó centralizado el gobierno.

Con Abderramán I la simple provincia del imperio musulmán se transformó en principado independiente. El monarca tenía un poder absoluto, pero nunca adoptó otros títulos que los de rey y emir, a los que añadía el nombre de hijo de califas. Abderramán III se intituló califa y príncipe de los creyentes, imponiéndose como jefe temporal y espiritual. Presidía la oración solemne de los viernes, juzgaba en última instancia, monopolizaba la acuñación de monedas, en las que grababa su propio nombre, y decidía sobre el gasto público. El califa era, además, generalísimo de los ejércitos y dirigía la política exterior.

Según los cronistas andaluces, los omeyas nombraban en vida a sus sucesores, sin respetar la primogenitura.

En las tierras que habían llegado a ser sojuzgadas mediante tratado de capitulación, quienes pertenecían a religiones reveladas ("gentes del libro") como cristianos y judíos, conservaban el usufructo de sus dominios pero pagaban un impuesto anual sobre la tierra (jaray). Los territorios conquistados por las armas se consideraban botín de guerra y sus habitantes pagaban sumas fijadas por el soberano.

La organización provincial del califato omeya se remontaba al siglo VIII y se basaba en la circunscripción provincial o cora (kura), cuya capital era casi siempre una ciudad de cierta importancia en la que residía el gobernador (wali). La división en coras tenía como base la situación existente en la península antes de la llegada de los árabes, ya que en la mayoría de los casos cada cora correspondía a una diócesis cristiana de la época visigoda.

4-12 Vida cultural en al-Ándalus

Lo primero que habría que decir al respecto es que los gustos de los andalusíes eran mucho más refinados, distinguidos y sibaritas que los gustos de los cristianos, rudos y toscos en comparación. Parece ser que muchas de las delegaciones de los reinos cristianos que visitaron al-Ándalus para entrevistarse con los emires, califas, etc, volvían deslumbradas del esplendor, la elegancia, el refinamiento y la cultura de los andalusíes. Sin lugar a dudas, en su conjunto, era una sociedad mucho más avanzada que la cristiana.

Cuando en los reinos cristianos la higiene personal era una práctica poco conocida o, incluso para el que la conocía, desaconsejada, en al-Ándalus existían los baños públicos (los conocidos hammans) en los que además de practicar la higiene corporal, servían como lugar de encuentro entre vecinos y amigos, en los que se comentaban los acontecimientos políticos y sociales de actualidad. Podríamos decir que la asistencia a los baños públicos era un acto social, además de higiénico, claro. A estos baños asistían tanto mujeres como hombres. Eso sí, jamás juntos. Compartían el espacio, pero no al mismo tiempo. Los niños acompañaban a las madres hasta que llegaban a una edad en que ponían ojos golositos al cuerpo femenino, que pasaban a utilizar el horario varonil.

La enseñanza había conseguido, ya desde los tiempos de los omeyas, un gran nivel. Los principales centros intelectuales estaban, evidentemente, en los grandes núcleos urbanos: Córdoba, Sevilla, Málaga, Guadix, Zaragoza, Almería, Toledo, Granada. Sin embargo, muchos de los centros con menor población también contaban con su escuela primaria. De ahí que el grado de alfabetización en al-Ándalus era muy superior que en la España cristiana.

En cualquier caso, la cultura andalusí está considerada como una de las épocas más brillantes del Islam. Asimismo, la filosofía andalusí, con Averroes a la cabeza, tiene una importancia fundamental en la historia de la filosofía occidental. No obstante, en al-Ándalus no sólo destacaron los pensadores musulmanes, también lo hicieron los cristianos y los judíos en el que figura en lugar destacado el judío Maimónides.

La ciencia fue otra de las actividades que en al-Ándalus se desarrolló con gran amplitud consiguiendo un gran prestigio pues era más avanzada que la cristiana y se había desarrollado al amparo del pensamiento clásico griego. Dentro de la ciencia predominaron las disciplinas prácticas como la medicina, la agricultura, la física, matemáticas, etc.

4-13 Legado andalusí

El legado andalusí que dejó el paso de los islamitas por la Península Ibérica es muy amplio y variado. Su influencia se encuentra en nuestras costumbres actuales, nuestro lenguaje, nuestra gastronomía, nuestra toponimia y en un largo etcétera.

Por mencionar algunos ejemplos culinarios, tenemos al bunduq (en árabe significa “la bola”) que son el origen de las albóndigas. Las frituras como los huevos; los postres como el arroz con leche; los dulces elaborados con miel y almendras como el turrón. Asimismo, en al-Ándalus nació el ceremonial de mesa que hoy conocemos como el orden de servir los platos: entradas, platos fuertes y, por último, los postres. La berenjena llega a la península en esta época convirtiéndose desde entonces en uno de los vegetales básicos de la famosa dieta mediterránea y fue tan apreciada que a las comidas a las que asistían numerosos y bulliciosos comensales se los llamaba “berenjenales”. El café es otro de los alimentos que nos llegaron a través de los islamitas.

En cuanto al lenguaje qué podemos decir, pues que tenemos muchas palabras provenientes del árabe. No podía de ser de otra manera, ya que cuando las lenguas romances de la península comienzan a aparecer ya estaban presentes los árabes y, por lo tanto, desde el principio esta lengua tiene una gran importancia en la creación de la lenguas romances peninsulares: catalán, castellano, portugués y gallego; no así en el euskera que, como hemos visto anteriormente, tiene su origen, nada menos, que en la Torre de Babel. Así tenemos palabras que utilizamos en la actualidad como alcazaba, atalaya, zaga, acequia,, aljibe, noria, alcachofa, alubias, zanahoria, azafrán, azucena, azahar, algodón, alfiler, marfil, arrabal, albañil, tabique, azulejo, alfombra, jofaina, almohada, mezquino, álgebra, cifra, algoritmo, etc. etc. También en la denominación de algunos lugares y ciudades nos encontramos con la influencia del árabe: Alcalá (el castillo), Guadalajara (río de piedra), Guadalquivir (río grande), etc. En fin, valgan estos botones de muestra para comprobar la importancia de la lengua árabe en el léxico español actual.


[1] Gentes del Libro es como se designa en el Islam a los creyentes de religiones monoteístas: cristianos, judíos y los propios musulmanes
[2] Por esta circunstancia, por el refugio de Don Pelayo y los suyos en las montañas asturianas, hay algunos asturianos (como mi amigo Toño) que consideran que España es verdaderamente Asturias y el resto... es tierra reconquistada.
[3] Parece bastante lógico después de la zurra que les habían dado a su familia los abasíes.
[4] De esta leyenda viene la adivinanza: ¿De qué color es el caballo blanco de Santiago?
[5] Los mariníes son los miembros de los Banu Marin, dinastía que surgió a mediados del siglo XIII en el norte de Africa tras la caída de los almohades.
[6] En los siguientes capítulos entraremos de forma más pormenorizada sobre estos asuntos, como por ejemplo la guerra entre los Pedros o la llegada de la dinastía de los Trastámara al poder.
[7] Una leyenda dice que Muley Hacén, hastiado de la vida, dispuso que a su fallecimiento le enterraran lo más cerca del cielo en el pico más alto. Al parecer así lo hicieron y por eso el pico más alto de la península Ibérica lleva su nombre: Mulhacén en la provincia de Granada.
[8] Hoy en día el que vaya de Granada a la costa por carretera vera nada más salir de Granada ese altozano con el nombre de “Suspiro del Moro” Por cierto, en ese lugar se encuentra en la actualidad un mesón donde reponer fuerzas.