5.2 Reino Astur
5.3 Condado de Castilla
5.4 Condado de Aragón
5.5 Condados de la futura Cataluña. La Marca Hispánica
5.6 Reino de Pamplona
5.7 Las manifestaciones culturales en la España cristiana
5.1 Introducción
Se denomina Reconquista al período que va desde la invasión árabe de la Península (711) hasta la toma del reino nazarí de Granada (1492), es decir, el tiempo que los reinos cristianos peninsulares tardaron en hacerse y controlar todo el territorio peninsular.
Como hemos visto en el capítulo anterior, los territorios montañosos del norte de la península Ibérica habían quedado fuera del dominio de al-Ándalus. En esta zona vivían diversos pueblos, establecidos desde tiempos prerromanos, entre ellos los galaicos, los astures, los cántabros o los vascones. A ellos se unieron algunos visigodos que, ante la presencia de los islamitas, acudieron a refugiarse a esos territorios. Fue en estos territorios montañosos, donde los emires cordobeses se limitaron a cobrar tributos como símbolo de sumisión, en los que nacieron los primeros focos cristianos de resistencia, creándose los primeros núcleos políticos de la Península. Así a partir de mediados del siglo VIII se creó el reino astur, el reino de Pamplona, el condado de Aragón con una vinculación estrecha con los francos, y, asimismo, los condados de la futura Cataluña, denominados en aquel tiempo Marca Hispánica vinculados al imperio Carolingio. Estos reinos y condados se convirtieron en el estandarte de la resistencia de los cristianos frente a los musulmanes de al-Ándalus. Comenzaba la Reconquista
En este mapa se puede apreciar los dos núcleos cristianos creados en el norte penínsular. En azul el occidental o cantábrico y en verde-lila-marrón el oriental o pirenaico |
5.2 Reino Astur
El primero de los núcleos políticos que se constituyeron en el territorio de la península Ibérica al margen del dominio andalusí fue el reino astur. Tradicionalmente se ha supuesto que fue a raíz de la victoria obtenida en Covadonga, en el año 722, por los habitantes de aquella zona sobre un cuerpo expedicionario musulmán que se había adentrado en las montañas de Covadonga. El combate fue protagonizado por los astures, los cuales defendían su independencia, su forma de vida, luchaban por preservar su autonomía como lo habían hecho en el pasado frente a romanos y visigodos.
Como siempre ocurre cuando se consulta distintas fuentes, este episodio es valorado de forma muy diferente dependiendo a las que se acuda: para los cronistas musulmanes no deja de ser una escaramuza sin importancia, mientras que para las fuentes cristianas es un hecho vital en el devenir peninsular y se tiende a considerarlo como el hecho iniciador para la restauración del reino visigodo, así como al comienzo de la Reconquista y, por tanto, presentado por los cristianos como “la salvación de España”.
En este enfrentamiento, las fuerzas cristianas iban capitaneadas por Pelayo, antiguo noble visigodo que, enemistado con el gobernador musulmán de Gijón por haberse casado con su hermana, buscó refugio entre los astures, que le proclamaron en el año 718 su caudillo. Por ello Covadonga y Pelayo quedarán en la historiografía tradicional estrechamente unidos al nacimiento del primer reino cristiano peninsular, el astur, y al comienzo de la Reconquista.
En la época de Pelayo (718-737) y de su hijo Favila (737-739) el núcleo astur abarca un pequeño territorio situado en el valle del Sella, en torno a Cangas de Onís. La expansión territorial se realiza tanto hacia occidente (Galicia), como hacia oriente (Liébana, Sopuerta...) Poco después, al frente del núcleo astur, se situó el ya monarca, Alfonso I (739-757), el cual realizó diversas correrías por la cuenca del Duero. Las acciones de Alfonso I se vieron favorecidas por las desavenencias internas entre árabes y beréberes que acaban con la derrota y huida de la Península de estos últimos, lo que posibilitó el saqueo de zonas y ciudades desguarnecidas. El panorama cambia radicalmente cuando llega al poder de al-Ándalus Abderramán I: pacifica el territorio andalusí, paraliza la ofensiva cristiana, obliga a la sumisión a los astures, les obliga al pago de tributos a los astures[1].
Al constituirse el reino astur las tradiciones visigodas eran la referencia. Eso explica que los reyes fueran elegidos entre la antigua nobleza goda existente. En todo caso, poco a poco se fue imponiendo la sucesión al trono por vía hereditaria.
La consolidación de la monarquía astur y su reino llega de la mano de Alfonso II (791-842), lo que supuso su verdadera y definitiva independencia de Córdoba al negarse a pagar tributos (incluido el de las cien doncellas, que ya estaba bien de seguir entregando a las jóvenes asturianas). Alfonso II establece la corte en Oviedo y asume la herencia visigótica como propia. De hecho él fue ungido rey de acuerdo con la tradición de los reyes de Toledo; es un cambio importante respecto a sus antecesores, pues le convierte en el elegido por Dios para servir a la comunidad. Hay que tener esto muy presente, pues supone, por otro lado, que a la Iglesia no se la puede dar de lado cuando de designios divinos se trata. Así, la Iglesia adquiere un poder sobrenatural en las cuestiones terrenales: corona reyes, los depone, amenaza con excomulgar, los excomulga, etc., etc.
Fue precisamente en tiempos de Alfonso II cuando se descubrieron los supuestos restos del apóstol Santiago. Un ermitaño, allá por el año 813 vio resplandores y oyó cánticos sobre un montículo en Iria Flavia. El obispo de Iria mandó excavar los terrenos y fue como se descubrieron los restos de Santiago. Al lugar se le denominó Campo de las Estrella, que es de donde proviene el nombre de Compostela. En el lugar donde reposaban los restos del apóstol es donde hoy se levanta la catedral compostelana. Santiago murió en Jerusalén en el año 44 y fue uno de los primeros mártires del cristianismo. Santiago no tuvo mucho éxito en tierras gallegas y partió para Zaragoza, ciudad que tampoco le fue muy propicia, pues solo consiguió convencer a 7 para que se convirtieran, la leyenda no especifica género, aunque si nos atenemos a como se les conocía, debemos de decir que eran hombres, pues se les llamaba los “Siete convertidos de Zaragoza”. Todo cambió, sin embargo, cuando se le apareció la Virgen Santísima, aparición conocida como la Virgen del Pilar, y a partir de ese momento, las cosas fueron distintas y todo fue un jolgorio. Todo esto pertenece a la leyenda, claro: la realidad es que sobre la autenticidad de los restos no hay ninguna prueba científica que así lo avale, pues jamás se ha hecho prueba alguna. Es por eso que se ha puesto en duda en numerosas ocasiones, no ya la autenticidad de los restos, sino incluso la presencia del apóstol en la Península Ibérica. No se puede pensar que el cuestionamiento de la autenticidad de los restos pertenezca al contubernio judeo-masónico, pues un historiador, tan prestigioso como católico, Claudio Sánchez Albornoz, fue una de las figuras que puso en duda todo el cotarro. En fin, las leyendas se van transmitiendo de generación en generación y al final, en muchos casos, tienen más influencia en la vida que los propios hechos reales. Así el Apóstol Santiago pasó a convertirse en el emblema por antonomasia de la resistencia cristiana al islamismo.
Me he enrollado tanto con Santiago (no sé, pero pienso que este tipo de cosas, por lo menos a alguna generación nos ha marcado de manera extraordinaria) Decía, que me había enrollado tanto, que se me olvidaba señalar que fue también en el reinado de Alfonso II cuando se comenzó la repoblación de la cuenca del Duero. Cuestión ésta muy importante, pues los cristianos se fueron apoderando de tierra de nadie, al menos desde el control político, lo que permitió ir asentando pobladores en esos terrenos que, más adelante, servirían para afianzar el avance cristiano.
Así fue como en la segunda mitad del siglo IX se produjo un importante avance por la cuenca del Duero, beneficiado, qué duda cabe, por las luchas intestinas que en esos momentos se enseñoreaban por todo el territorio andalusí. Fue en aquellos años, reinando Ordoño I (850-866) cuando se reconquistaron bastiones importantes como Tuy (854), Astorga (854), León (856) entre otros. Todo ello ayudado por la llegada de mozárabes que escapaban de la persecución de que eran objeto en al-Ándalus. El progreso más notable, no obstante, tuvo ocasión bajo el reinado de Alfonso III (866-910), en el que los cristianos llegaron al Duero y colonizaron Oporto (868), Zamora (893), Simancas (899), toro (900)... Un poco antes el conde castellano Diego Rodríguez consiguió Castrogeriz (833) y en el año 884 se hizo con Burgos. Aprovechando el avance cristiano, el rey Alfonso III fue titulado, en sus últimos años de reinado, “emperador”. Probablemente para dejar clara su supremacía sobre el resto de cabecillas cristianos y, especialmente, sobre los reyes de Pamplona.
Por estas fechas, el reino astur trasladó su centro de poder a la ciudad de León. De ahí que desde comienzos del siglo X, el reino se denomine astur-leonés o, simplemente, leonés. Sin embargo, es el siglo X cuando se produce el máximo esplendor de al-Ándalus, con Abderramán III a la cabeza, que unió todo el territorio andalusí bajo su califato, impidió el avance cristiano de reconquista. Así los cristianos lograron, a duras penas, mantenerse en la línea del Duero. De todas formas, este periodo no está exento de algunas victorias cristianas sobre los musulmanes, como, por ejemplo, la que obtuvo las tropas de Ramiro II (931-951) sobre las de Abderramán III en la batalla de Simancas (939). Esta victoria propició la colonización de las tierras situadas al sur del Duero como el valle del Tormes. La verdad es que esta situación no duró mucho, pues unos años después los cristianos tuvieron que replegarse y fue, la segunda mitad del siglo X, la que conoció el mayor declive del reino leonés, pues coincidieron la pujanza del califato de Córdoba y las pugnas internas en el reino cristiano. Por si fuera poco, los cristianos tuvieron que sufrir a finales de siglo las embestidas de Almanzor, que, como hemos visto en el apartado correspondiente, fueron devastadoras. Los cristianos no pudieron respirar de forma tranquila hasta la muerte de Almanzor (1002). Esto ocurrió en los reinados de Alfonso V (999-1028) y Bermudo III (1028-1037)
5.3 Condado de Castilla
Ya en el siglo X, el reino astur-leonés reunía una importante cantidad de terreno que se extendía, de norte a sur desde el mar Cantábrico hasta al río Duero, y de este a oeste desde Galicia hasta el alto Ebro. Es evidente que gobernar en aquella época un territorio tan extenso no debía de ser nada fácil. Por eso no es de extrañar que al no existir unas condiciones propicias para la gobernabilidad del reino empezaran a aparecer poco a poco pequeños núcleos que, aun no rompiendo formalmente con el reino, sí acapararan un alto grado de autogobierno. Así de esta manera nació un pequeño núcleo, al norte de Burgos al que se le comienza a denominar Castilla, en lugar de Vardulia que era el nombre con el que hasta entonces se llamaba ese territorio. La primera mención de Castilla se remonta a un documento fechado en el año 800. Al parecer el nombre de Castilla viene dado por la abundancia de fortificaciones y castillos existentes en ese territorio. El motivo de tal abundancia es porque, de alguna manera, allí se situaba la frontera del reino astur-leonés y era por donde penetraban los sarracenos para realizar las aceifas[2] , con lo cual los cristianos fueron edificando elementos que le sirvieran de defensa en esos momentos.
Estatua de Fernán González en la Plaza de Oriente de Madrid |
La integración en un solo condado en modo alguno significó la independencia del reino astur-leonés. Eso sí, logró un alto nivel de autonomía política a la vez que consiguió transmitir el condado a sus herederos. Hasta entonces los condes eran nombrados por el rey con carácter vitalicio.
El heredero de Fernán González, su hijo García Fernández, siguió los pasos de su padre y gobernó Castilla con independencia política, pero reconociendo la soberanía del rey sobre su condado. Así continuó el condado castellano, hasta que, ya en el siglo XI, doña Sancha se casa con Sancho III el Mayor y el condado pasa a vincularse con el reino de Pamplona. Castilla, como podemos apreciar en la pestaña “Configuración política de España”, se convierte en reino en el año 1037 con Fernando I.
Castilla tiene en sus orígenes unos rasgos propios y distintivos como el regirse por los usos y las costumbres y no por el Fuero Juzgo[3], cuyos ejemplares fueron quemados... según la leyenda. Otro rasgo distintivo de la primitiva Castilla era la participación en las tareas repobladoras de gentes vasconas y cántabras, las cuales se caracterizaban por su débil romanización. Pero, sin duda alguna, lo que más caracteriza a la Castilla primitiva es la pobreza económica. La actividad artesanal es muy reducida, pues se dedica principalmente a cubrir las necesidades propias. La actividad comercial es mínima y la circulación monetaria prácticamente inexistente, lo que obliga a recurrir al trueque.
5.4 Condado de Aragón
Los orígenes del condado de Aragón son muy confusos y no existen muchas noticias sobre su aparición. Sabemos que surgió en la zona pirenaica, en concreto en los valles de Ansó, Ebro y Canfranc, y recibió el nombre del río más importante de la zona. Al parecer su origen tiene mucho que ver con el interés de los francos por tener un núcleo en sus fronteras meridionales que se interpusiera entre ellos y los musulmanes, lo que significaba una mejor defensa en caso de un ataque andalusí. Así se sabe que a comienzos del siglo IX había un conde llamado Aureolo, del que se desconoce casi todo, salvo que era un vasallo de los reyes francos. Es un poco después, allá por el año 828, cuando aparece la primera dinastía condal aragonesa que podamos decir que poseía ciertos síntomas de solidez. Al frente de esta dinastía se encontraba Aznar Galíndez, al que sucedieron Galindo Aznárez I (884-867), Aznar Galíndez II (867-893) y Galindo Aznárez II (893-922). A medida que el condado, cuyo principal centro urbano era Jaca, se fue extendiendo y ampliando su territorio, fue perdiendo la influencia carolingia, de tal forma que con el matrimonio de la heredera de Galindo Aznárez II, llamada Andregoto Galíndez, con el rey de Pamplona, García Sánchez I, el condado pasó a la órbita de influencia del reino pamplonés.
El territorio aragonés pasa de tener una extensión de 600 km cuadrados a 4.000 a principios del siglo XI.
5.5 Condados de la futura Cataluña. La Marca Hispánica
Desde muy pronto, también en las montañas pirenaicas se organizan grupos de resistencia a la invasión árabe que cuentan con el apoyo de la monarquía franca carolingia. En efecto, Carlomagno, que sabe del peligro que representa para su reino el tener una frontera desguarnecida, se propone fortificar su frontera sur desde Pamplona al Mediterráneo. De este propósito, que al parecer en un principio contó con la oposición de algunas de las tribus de la zona, nació la Marca Hispánica, constituyendo durante los siglos IX y X una de las fronteras meridionales del Imperio Carolingio. Es en el año 801, con la ocupación de Barcelona por la población hispanovisigoda y los ejércitos francos, a cuyo frente se encontraba el hijo de Carlomagno, Luis el Piadoso, se inicia la trayectoria de la Marca Hispánica, la futura Cataluña.
A partir de ese momento Barcelona se convierte en el centro de un nuevo condado y, paralelamente, van surgiendo otros como los de Gerona, Cerdaña, Besalú, Urgel, Ampurias, Rosellón, Pallars, Ribagorza, Osona. En un principio se pusieron al frente de esos nuevos condados cabecillas locales, pero la actitud independentista de alguno de ellos (podemos ver que no es una cosa de ahora eso del independentismo catalán), fueron sustituidos por hombres de confianza de los monarcas francos.
Como en otros casos dentro de la expansión cristiana hacia el sur peninsular, los condes dependían de los monarcas que los habían nombrado; en este caso concreto de los reyes francos, y, evidentemente, su principal función era impedir el avance de los musulmanes por tierras carolingias. Pero, también como en otros lugares, los condes fueron avanzando poco a poco en su autonomía y ya en el año 840, aprovechando la crisis del Imperio Carolingio tras la muerte de Luis el Piadoso, los condes pudieron transmitir sus cargos a sus herederos, al tiempo que la influencia carolingia se debilitaba
Así llegamos a Vifredo, llamado el Velloso[4] (873-898), conde de Barcelona, Gerona y Narbona, que también consigue integrar bajo su mando a los condados de Cerdaña, Urgel, Besalú y Osona. Vifredo el Velloso disfrutó de gran autonomía para gobernar sus condados, en buena medida debido al declive de la dinastía carolingia, pero no rompió en ningún momento la dependencia de los monarcas carolingios. Durante mucho tiempo Vifredo el Velloso ha sido considerado como el primer conde de Barcelona independiente, pero las investigaciones más recientes demuestran que esta afirmación no tiene fundamento alguno.
Como sabemos, en las últimas décadas del siglo X, Almanzor se pasea por la península como Perico por su casa, repartiendo mamporros a diestro y siniestro y la Marca Hispánica no iba a ser una excepción. Así en el año 985 la ciudad de Barcelona era saqueada por sus tropas.
En fin, pocos años después, concretamente en al año 988, se produce el corte definitivo con los monarcas francos. El conde de Barcelona, a la sazón Borrell II, aprovechó el cambio de dinastía producido en tierras francas, en donde tuvo lugar el acceso al trono de los Capetos, para dejar de prestar el juramento de fidelidad a los reyes francos.
5.6 Reino de Pamplona
Una vez más, como ocurría con Aragón, nos encontramos con datos bastante confusos sobre los orígenes del reino de Pamplona; sus comienzos no están nada claros, desde luego. Lo que sí que se sabe es que un tal Iñigo Iñiguez, perteneciente a la familia de los Arista, denominado “Príncipe de los Vascones”, instauró a principios del siglo IX una monarquía en aquel territorio que hasta entonces había estado bajo el dominio de los Banu Qasi, una familia de muladíes que, al parecer, eran descendientes de un noble visigodo llamado Casio. Esta zona, donde se originó el núcleo del reino de Pamplona, estaba ocupada por pueblos que mantenían fuertes lazos tribales, que vivían básicamente de la ganadería, escasamente romanizados, tardíamente cristianizados y que vivían en caseríos dispersos; se trataba de los vascones que, además, contaban con una larga tradición de autonomía política[5].
Península Ibérica año 980. Los condados catalanes continuaban bajo vasallaje de Francia del que no se librarían hasta el año 988 |
Durante el reinado de la dinastía Arista, en el siglo IX, Pamplona tuvo unas relaciones fluidas con el reino de Asturias, encaminadas a dar los primeros pasos para favorecer el tránsito por los territorios hispanos de los peregrinos europeos que cruzaban los Pirineos y se dirigían a Santiago de Compostela. Eran, claro, los inicios del Camino de Santiago.
Nada más comenzar el siglo X cambia la dinastía en el reino de Pamplona y llega al trono la dinastía Jimena, cuyo fundador fue Sancho Garcés I (905-925) dinastía a la que pertenecerá el rey Sancho Garcés III, más conocido como Sancho III el Mayor, que es uno de los grandes iconos vascos. Los predecesores de este mito vascuence, sin embargo, no estuvieron de brazos cruzados y fueron ampliando el reino, bien por conquista, lo que sin duda conllevaría sus riesgos; bien por enlaces matrimoniales, fórmulas, en principio, más agradables. Por ejemplo, con el casamiento de Dª Andregoto Galíndez (heredera del entonces Condado de Aragón) con el monarca pamplonés García Sánchez I (925-970) Aragón pasó a unirse al reino pamplonés. Unión que duró cerca de un siglo.
Los últimos monarcas pamploneses del siglo X, Sancho Garcés II (970-994) y García Sánchez II (994-1000), como en el resto de los territorios cristianos en esa época, sufrieron las terribles embestidas de Almanzor.
En el primer tercio del siglo XI el reino de Pamplona, con el rey Sancho III el Mayor (1000-1035) conoció su mayor esplendor, convirtiéndose en el reino más importante de la Hispania cristiana. Es verdad, no obstante, que ya al final del siglo X el reino de Pamplona mantenía la supremacía sobre el resto de reinos cristianos. Sancho III continuó la expansión del reino de Pamplona e incorporó o vinculó a sus dominios diferentes territorios como los condados de Sobrarbe y Ribagorza; el vasallaje de varios condados más, entre ellos el de Pallars; el condado de Castilla por su matrimonio con la heredera del mismo, doña Sancha, también pasó a sus dominios. Además, en el año 1034, las tropas de Sancho III entraron en la ciudad de León, momento que aprovechó el monarca para recibir el título de “rey de las Españas” y “poseedor del imperio”.
En los últimos años de su vida, Sancho III el Mayor reinaba en Pamplona, Aragón, Sobrarbe, Ribagorza, Gascuña y Castilla, e imperando en León y Astorga. Además ejercía un auténtico protectorado en el resto de territorios cristianos hispanos, lo que permite considerarle como el monarca más poderoso de la península. Además, mantenía estrechos contactos con la Europa cristiana y buenas relaciones con al-Ándalus.
A su muerte Sancho III el Mayor dividió entre sus hijos los territorios que dominaba, aunque en todos los casos bajo la dependencia del rey de Pamplona. Pero esta es una cuestión que veremos en el capítulo siguiente
5.7 Las manifestaciones culturales en la España cristiana
5.7 Las manifestaciones culturales en la España cristiana
Para concluir con este capítulo, que recoge lo acontecido en la Península Ibérica entre los tres siglos comprendidos entre el VIII y comienzos del XI, diremos que la cultura y arte desarrollados en los territorios peninsulares cristianos es verdaderamente pobre, sobre todo si lo comparamos con lo que ocurría en al-Ándalus por aquella época.
La inmensa mayoría de la población cristiana era analfabeta, de ahí que las manifestaciones culturales y artísticas quedaran en manos de una exigua minoría que, además, estaba protagonizada por elementos eclesiásticos y siempre teniendo en cuenta los fines e intereses de la Iglesia. En resumen, la actividad cultural se localizaba fundamentalmente en los monasterios y catedrales.
Hay que constatar que fue en este periodo cuando surgieron y comenzaron a consolidarse las lenguas romances españolas, como el castellano, el catalán y el gallego (ver en la pestaña "Dossieres").
[1] Uno de estos tributos, al parecer, era la entrega anual de cien doncellas a los emires de Córdoba, qué jodíos los emires
[2] Expediciones militares sarracenas que se hacían en verano y que a los cristianos, la verdad, no les hacía mucha gracia; en palabras más groseras, les jodía bastante.
[3] Cuerpo legal perteneciente a la etapa visigoda peninsular.
[4] El apelativo de Velloso le viene porque era muy peluo por lo visto
[5] Y ahí continúan: siglos y siglos dando la tabarra. Ya tienen mérito, ya
[6] El Cantar de Roldán (La Chanson de Roland) narra estos hechos. Es el cantar de gesta más antiguo que se conoce; consta de cientos de versos y fue escrito a finales del siglo XII. Su nombre proviene del Conde Roldán que era quién mandaba las fuerzas carolingias. Ni que decir tiene que el poema falsea los hechos: convierte a los vascones en 400.000 sarracenos nada menos y, además, atribuye la derrota de los carolingios a la traición de un personaje un tanto siniestro.
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