3-1 Introducción
3-2 Suevos, vándalos y alanos
3-3 Asentamiento de los visigodos en la península Ibérica
3-4 Crisis visigoda. Don Rodrigo
3-1 Introducción
Antes de empezar con la Hispania visigoda aclaremos de donde salen los famosos visigodos[1]. Los visigodos es una rama de los godos. Los godos eran un pueblo germánico que a partir de finales del siglo III, por confrontaciones internas, quedaron divididos en dos ramas: visigodos y ostrogodos denominaciones que servían para diferenciar a los godos de Occidente y Oriente, respectivamente.
Los visigodos eran un pueblo que tenían como religión el arrianismo, una religión cristiana heterodoxa fundada por Arrio, presbítero de Alejandría, que fue declarada definitivamente herética en el Concilio de Constantinopla en al año 381.
3-2 Suevos, vándalos y alanos
Como hemos visto los conflictos internos más la presión ejercida desde el exterior de sus fronteras por los denominados pueblos “bárbaros” llevó al Imperio Romano primero a la división del mismo y más tarde, año 476, a la desaparición del Imperio Romano de Occidente. En efecto, la península Ibérica sufrió esa presión a comienzos del siglo V y fue invadida por los suevos y vándalos[2], pertenecientes al tronco germano, y por los alanos, éstos de origen asiático. En el año 416 los visigodos llegan a un pacto con el Imperio Romano de Occidente con la finalidad, al parecer, de eliminar y expulsar a esos pueblos de la península. Los visigodos penetran en la península y derrotan a los vándalos y alanos. Sin embargo los suevos consiguieron asentarse en la zona noroeste peninsular. Por su parte los visigodos se instalaron al norte en el sur de Francia creando el reino de Tolosa (Toulouse). Así, al desaparecer el Imperio Romano de Occidente, la península Ibérica queda configurada con un dominio suevo al noroeste, con los astures, cántabros y vascones en la cornisa cantábrica y el resto peninsular en manos de los visigodos.
3-3 Asentamiento de los visigodos en la península Ibérica
El grueso de los visigodos, por otra parte, desde inicios del siglo VI se va desplazando hacia el sur, es decir, se van asentando en la Península Ibérica y van dejando los dominios de su antiguo reino de Toulouse. Los visigodos se van estableciendo preferentemente en la meseta peninsular en la que sus núcleos poblaciones son pequeños y escasos y, además, sus suelos son buenos para la agricultura y especialmente para los cereales. Los visigodos, pese a ser una minoría comparada con los nativos hispanorromanos, consiguieron afirmar su poder militar y político. En su desplazamiento del norte de los Pirineos hacia la meseta central peninsular también desplazaron su núcleo central del sur de Francia (Toulouse) a una urbe peninsular, Toledo, que la hicieron capital de su reino.
La consolidación del reino visigodo continuó ampliando su dominio por todo el territorio ibérico. No obstante, el siglo VI fue un tanto convulso, ya que la monarquía visigoda pasó por momentos de debilidad (asesinatos de reyes, revueltas, sublevaciones de los terratenientes en algunas zonas peninsulares), lo que aprovechó el Imperio Bizantino, con Justiniano a la cabeza, que tenía la idea de reconstruir de nuevo el Imperio Romano de Occidente, lanzando un ataque por el Mediterráneo con el que consiguió establecerse de la costa mediterránea peninsular hasta llegar a las costas atlánticas y en las Baleares, controlando una buena parte del Mediterráneo y el estrecho de Gibraltar y, por lo tanto, gran parte del comercio hispano.
Parece ser que a finales del siglo VI la cosa se fue apaciguando y fortaleciéndose la monarquía visigoda y el rey Leovigildo, en el año 585, expulsó a los suevos y puso fin a su reino en Galleacia tras una batalla en la que salió victorioso frente al rey de los suevos llamado Mirón. Asimismo, el rey Leovigildo hizo frente a los vascones y fundó la ciudad de Victoriaco. Sin embargo, por estas mismas fechas, Leovigildo tuvo serios problemas con su hijo Hermenegildo que había abrazado como religión el catolicismo y se enfrentó a su padre que pretendía unificar religiosamente su reino en base al arrianismo. Este enfrentamiento inició una contienda militar que terminó con la captura y muerte de Hermenegildo, que fue canonizado en el siglo XVI como mártir de la iglesia católica y es patrono de los conversos.
El sucesor de Leovigildo, su hijo Recaredo, fue el que logró la unificación religiosa pero precisamente en base a la religión contraria a la que había defendido su padre, es decir, el catolicismo, ya que en el III concilio de Toledo en el año 589, tras aceptar los postulados del catolicismo abandonó el arrianismo.
En las primeras décadas del siglo VII, siendo rey Suintila, se consolidó el dominio de los visigodos en el solar ibérico al poner fin al dominio del Imperio Bizantino en el levante mediterráneo peninsular. En esos momentos fue cuando los reyes visigodos pasaron de denominarse reges gottorum a denominarse reges Hispaniae, pues su dominio era total en los territorios que habían pertenecido al Imperio Romano, aunque todavía algunos pueblos, como los vascones, luchaban por su independencia. No obstante la definitiva unificación del espacio peninsular se consiguió a mediados del siglo VII, cuando el rey Recesvinto promulgó el Liber Iudicum el cual se basaba en los principios jurídicos del Derecho romano, lo que significó la unificación jurídica para todos los pobladores de la península, tanto visigodos como hispanorromanos que, sin duda, eran la mayoría. De esta forma la sociedad, y su estructura, reproducía fielmente los esquemas de la época romana.
No obstante, la vida urbana había entrado en un declive considerable y la sociedad rural fue la que predominó en la vida de la Hispania visigoda. Ahora bien, en la estructura de la sociedad de la Hispania visigoda se iban gestando los elementos que posteriormente darían forma a la sociedad feudal. El fortalecimiento de los señores sobre los campesinos como dueños de la tierra hacían presagiar de forma inequívoca el futuro régimen señorial.
La monarquía visigoda no era hereditaria y se accedía al trono por una especie de elección, eso sí entre los poderosos, los cuales debían de elegir entre personas de estirpe goda con lo cual quedaban excluidos los hispanorromanos. Algunos de los monarcas, sin embargo, consiguieron, a través de alianzas internas, dejar la corona en manos, o mejor dicho en cabeza, de alguno de sus hijos. Según las teorías dominantes de la época el poder de los reyes procedía de Dios[3]. De todas formas Dios no debía de velar mucho por la vida de los que había ungido con el poder terrenal, pues hubo muchos reyes visigodos que murieron asesinados incluso siendo menores de edad y la muerte de otros muchos se produjo en extrañas circunstancias. En fin, los reyes visigodos se rodeaban de personas de su confianza que les ayudaban en las tareas de gobierno, los cuales formaban el “Oficio palatino”.
La Hispania visigoda pasó durante las últimas décadas del siglo VII y la primera del VIII grandes crisis. La peste, las malas cosechas, el bandolerismo, la decadencia moral... contribuyeron enormemente a profundizar en esas crisis. Los campesinos, por la gran presión a la que eran sometidos, abandonaban los campos de cultivo y la minoría judía sufrió la persecución de forma sistemática. En cualquier caso, la crisis más profunda fue el enfrentamiento que mantuvieron dos grandes familias de la nobleza visigoda a mediados del siglo VII por conseguir el poder y ocupar el trono. Los reyes visigodos Chindasvinto y Wamba fueron los personajes centrales de esta auténtica guerra civil.
3-4 Crisis visigoda. Don Rodrigo
Una vez más con la muerte del rey Witiza, asesinado en el año 710, se inició un conflicto por la sucesión al trono. Los hijos de Witiza, con el apoyo de un sector de la aristocracia, reclamaron su derecho a ocupar el trono. Al mismo tiempo existía otro sector de la aristocracia que defendía la subida al trono de Rodrigo, quien, finalmente fue proclamado rey. Ahora bien, don Rodrigo no llegó a controlar la totalidad del territorio de la Hispania visigoda, pues uno de los hijos de Witiza, Agila II, fue proclamado rey y dominaba la provincia Tarraconense y la provincia de Septimania.
Así las cosas, los musulmanes cruzaron el estrecho de Gibraltar, llegaron a la península Ibérica con sus tropas y tras la batalla que sostuvieron cerca del río Guadalete en la provincia de Cádiz, se apoderaron de la Hispania visigoda e incluso invadieron Francia llegando hasta Poitiers, donde fueron derrotados por Carlos Martel, abuelo de Carlomagno, en el año 732. Al parecer, las tropas musulmanas llegaron para ofrecer la ayuda que les había pedido el bando de los hijos de Witiza para enfrentarse a don Rodrigo y conseguir el trono de todo el reino visigodo. Don Rodrigo que se encontraba combatiendo a los vascones, tuvo que dirigirse al sur peninsular para hacer frente a los musulmanes y en la mencionada batalla de Guadalete, librada en el año 711, abandonado por una parte de sus tropas, que tomó partido a favor de sus rivales, cayó herido mortalmente. En poco más de 7 años, las tropas musulmanas conquistaron todo el reino visigodo. Los dirigentes visigodos partidarios de don Rodrigo fueron matados o huyeron, mientras que los que apoyaron a los hijos de Witiza se integraron en la nueva realidad y contribuyeron al proceso de estructuración social y política de lo que hoy conocemos como al-Ándalus[4].
[1] Si no que se lo digan a los escolares de mi época, que se debían de aprender de memoria y por orden cronológico la “Lista de los Reyes Visigodos”; que fueron muchos, por cierto
[2] Al parecer estos bárbaros no se arredraban ante nada y eran crueles a más no poder; al menos así nos ha llegado a través de la historia, hasta el punto que vandalismo y vándalo han quedado como palabras que definen una actitud de destrucción salvaje y cruel. Según la RAE, vandalismo: espíritu de destrucción que no respeta cosa alguna, sagrada ni profana y vándalo: hombre que comete acciones propias de gente salvaje y desalmada
[3] Una persona de las más influyentes en estas teorías era Isidoro, obispo de Sevilla, que fue autor de numerosas obras que influyeron mucho en su época. Entre otras cosas afirmaba que el poder espiritual estaba por encima del poder temporal. Por cierto, Felipe González, que también es sevillano, en la época de clandestinidad política durante la dictadura franquista adoptó el nombre de Isidoro.
[4] La leyenda también hace intervenir en este suceso al Conde Don Julián, que era el gobernador de Ceuta, y dice que ayudó a los musulmanes a cruzar el Estrecho y derrocar a don Rodrigo porque éste había violado a su hija. Hay otros que piensan que sí, que efectivamente apoyó la invasión musulmana pero porque era uno de los aristócratas que apoyaban a los “witizianos”
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