2-2 Viriato
2-3 Numancia
2-4 Las Guerras Cántabras
2-5 Romanización de Hispania
2-6 Elementos de romanización de Hispania
2-7 La división del Imperio Romano
2-1 Introducción
Es sorprendente como una ciudad mediana del Lacio, ni más ni menos como otras muchas ciudades de su época y con bases de partida semejantes, logró construir un imperio de las magnitudes del Imperio romano. El esfuerzo y la voluntad romana por conseguirlo debieron de ser muy considerables.
Las victorias de los romanos sobre los cartagineses en tierras ibéricas, dando comienzo a la 2ª Guerra Púnica, no fueron el final sino el principio de un panorama de conquistas que los romanos iban a emprender por toda la Península. Roma logró conquistar las principales bases de los cartagineses en suelo hispano, Cartago Nova (Cartagena) y Gades (Cádiz). A raíz de aquel éxito los romanos, que en un principio se habían asentado solamente en las zonas costeras del este y sur de la península Ibérica, decidieron, por la gran cantidad de recursos que poseía y su gran valor estratégico, incorporar a sus dominios el conjunto de las tierras ibéricas. A Roma, no obstante, no le fue fácil vencer la tenacísima resistencia de los pueblos ibéricos a perder su independencia. En efecto, la conquista que duró cerca de 200 años -comenzó en el 218 a.C. y culminó en el 19 a.C.- no concluyó sin encontrar en ocasiones fuertes resistencias, como la del dirigente lusitano Viriato, asesinado en el año 139 a.C.; la de la ciudad celtíbera de Numancia, rendida a Roma en el 133 a.C.; o, en última instancia, la de los cántabros y astures, a los que terminó derrotando, el año 19 a.C., nada menos que el mismísimo emperador César Augusto. Como se ha dicho anteriormente, los motivos que impulsaron a los romanos a interesarse por la península Ibérica eran tanto económicos como estratégicos. Hispania proveía a Roma ante todo de metales, pero también le aportaba soldados y mano de obra.
Los romanos, aunque hay quien sostiene que fueron los fenicios e incluso existen otras hipótesis más extravagantes, fueron los primeros que utilizaron el nombre de Hispania[1] para referirse a la península Ibérica; término del que derivarían España y Espanya en lenguas romances como el castellano y el catalán.
La llegada de los romanos a Hispania conllevó la más decisiva serie de cambios ocurrida en la Península hasta la Edad Moderna: nuestras ciudades, nuestro pensamiento, nuestra lengua y nuestras leyes son en gran medida romanas. La vida urbana experimentó un espectacular progreso en tierras hispanas con núcleos como Caesaraugusta (Zaragoza), Barcino (Barcelona), Tarraco, (Tarragona) Toletum (Toledo), Hispalis (Sevilla), Malaca (Málaga), Gades (Cádiz), Asturica Augusta (Astorga), Corduba (Córdoba), Emerita Augusta (Mérida), etc.
La historia posterior a la conquista romana de Hispania no es, en sentido estricto, sino historia de Roma: al anexionar a la órbita del Imperio las tierras y las gentes de Hispania, éstos quedaron convertidos en una parte más del Imperio romano. Sus habitantes aún tardaron en convertirse en romanos, pero entraron ya en un irreversible proceso tras el que se borró la conciencia de dominadores y dominados hasta identificar como una misma cosa los intereses de ambos. La incorporación de Hispania a los intereses de Roma tuvo lugar cuando ésta se hallaba en uno de los períodos más interesantes y más decisivos de su historia, un período de extraordinarios cambios en su estructura social y económica, en buena medida consecuencias de esa misma conquista.
Hispania quedaba pues constituida como la primera y mayor fuente de recursos de Roma, convertida al tiempo en una parte esencial de su imperio. Hispania pasó a formar parte del poderoso Imperio Romano y, por tanto, encuadrada dentro de la administración romana.
Roma había adquirido a fines del siglo III una de las constituciones más sólidas del mundo antiguo: era una república aristocrática, regida por un Senado que representaba a las oligarquías patricias y en cuyo gobierno las clases populares estaban representadas de modo más aparente que real.
Dos vistas del Acueducto de Segovia |
La sociedad de la Hispania romana estaba dividida en dos grupos claramente contrapuestos, por una parte los honestiores, es decir, los dominantes, por otra los humiliores, la capa popular. De todos modos había una clara diferencia entre los que poseían la ciudadanía romana y los que no la tenían. Esa situación duró hasta el año 212, fecha en la que el emperador Caracalla decidió conceder a todos sus súbditos la ciudadanía romana.
También durante la época de la dominación romana tuvo lugar la llegada a la península Ibérica de la religión cristiana, que, con el tiempo, iba a convertirse en uno de los más firmes puntales del futuro de las tierras hispanas. En un primer momento la difusión del cristianismo se hizo con lentitud, debido a que se trataba de una religión perseguida. En cualquier caso la iglesia cristiana ya estaba fuertemente implantada en tierras hispanas en el siglo III. El edicto de Milán (que estableció la libertad religiosa en el Imperio romano, y, por tanto, dio fin a las persecuciones de cristianos), dado por el emperador Constantino en el año 313, permitió al cristianismo salir de la clandestinidad.
2-2 Viriato
La historiografía ha destacado con justicia dos hechos significativos de la resistencia ibérica: la acción guerrera de Viriato y el sitio de Numancia. Son dos ejemplos de la firmeza de los habitantes de Hispania para defender sus territorios. Cada uno de ellos ilustra un aspecto característico de la guerra llevada a cabo.
Viriato fue un caudillo de la tribu lusitana que hizo frente a la expansión del Imperio Romano por las tierras ibéricas. Fue uno de esos genios militares que a veces surgen espontáneamente cuando las circunstancias crean la necesidad: un gran guerrero y gran estratega, con unas cualidades excepcionales que personifica a la perfección la nueva fase de la lucha contra Roma, un momento en el que la resistencia se transforma para pasar a una fase más dinámica en la que los iberos no se encastillan en sus poblados y castros esperando el asedio del enemigo, sino que, además de practicar esta defensa estática, utilizan frecuentemente los ataques y emboscadas seguidos de rápidas retiradas, es decir, realizan una guerra de guerrillas, ocasionando a Roma graves pérdidas y un desgaste considerable. Con este proceder de Viriato y sus tropas, en pocos años fueron derrotados diversos ejércitos romanos. Hasta el punto que llegó a tener a las tropas romanas sitiadas, obteniendo de su general la capitulación que fue respetada por el Senado romano y proclamó al caudillo lusitano amigo del pueblo romano. No obstante la guerra se reabrió poco más tarde y Roma sobornó a algunos de sus compañeros para que lo asesinaran. Estos, en el año 139 a.C., le traicionaron y le asesinaron cuando, al parecer, Viriato dormía. Cuando los traidores fueron a cobrar su recompensa Roma se la negó con las palabras “Roma no paga a traidores”.
2-3 Numancia
El asedio y conquista de Numancia comenzó, en el año 153 a.C., por dar ésta apoyo y amparo a los segedenses que se negaban a pagar impuestos a los romanos, así como a enviar soldados para servir en su ejército. Numancia utilizó el sistema defensivo tradicional como era el de encastillarse y reforzar sus murallas como elemento más efectivo para repeler las agresiones de sus enemigos. Después de varios intentos infructuosos, que duraron dieciocho años, Numancia aparecía como uno de los baluartes hostiles a Roma. Por ello se puso mucho empeño en zanjar la situación y Roma envió a Publio Cornelio Escipión El Africano para recuperar el resquebrajado prestigio de Roma, quien después de imponer una disciplina férrea en el ejército, inició el cerco a la ciudad situando alrededor de ella hasta siete campamentos con máquinas de guerra y un impresionante arsenal para el sitio. Aislados los numantinos y fallidos los intentos de romper el cerco y obtener algún tipo de ayuda, la situación se hizo insostenible. Finalmente, agobiados por el hambre y la desesperación, tras quince meses de asedio la ciudad cayó, vencida por el hambre, en el verano del 133 a.C. Una leyenda más nos ilustra y nos dice que sus habitantes prefirieron el suicidio a entregarse e incendiaron la ciudad para que no cayera en manos de los romanos ( la quemaron antes de suicidarse, claro). Los pocos supervivientes fueron vendidos como esclavos.
2-4 Las Guerras Cántabras
Teatro romano de Mérida |
El Imperio Romano disponía ya de todo el territorio de la península Ibérica y la gran mayoría había aceptado la organización política romana y sus formas de vida. No obstante quedaba un pequeño reducto en las montañas del norte peninsular en el que se produjeron levantamientos en defensa de su independencia que se transformaron en una guerra abierta contra el poder romano. Ahora bien, no se trataba de un movimiento de pueblos dominados que se levantaran en protesta por unos excesivos e injustos impuestos, sino que en el fondo subyacía un deseo absoluto de independencia tal como había ocurrido más de un siglo antes con Numancia y los pueblos celtíberos.
Uno de estos pueblos, muy caracterizado, los cántabros, fuertemente impregnados de cultura céltica, situados en la zona montañosa y costera central del mar que lleva su nombre, presentaron poco antes del cambio de Era una tenaz resistencia al dominio romano. Pastores y cazadores, hasta entonces no habían visto sus costumbres ancestrales alteradas por Roma. Las razones que dan los historiadores romanos son las molestias que ocasionaban estos pueblos a las gentes romanizadas de la Meseta. César Augusto, cuyo programa político preveía un imperio pacífico y próspero, se vio obligado a intervenir para zanjar cualquier conato de insumisión a la autoridad de sus tropas, por lo que se trasladó a Hispania y estableció su cuartel general en Tarragona. A los cántabros se unió un buen número de pueblos norteños que compartían sus formas de vida, obligando al emperador a tomar personalmente el mando de la campaña a comienzos del año 26 a.C. y que acabó en el 19 a.C.
2-5 Romanización de Hispania
A la etapa de conquista del territorio le sucede un tiempo de tranquilidad en la que los pueblos peninsulares aceptan la superioridad cultural romana y asumen su organización política y administrativa. Las guerras civiles romanas trasladadas a Hispania, como una provincia romana más, contribuyeron a que los hispanos adquirieran inevitablemente el sentimiento de pertenencia a una comunidad mucho más amplia que la peninsular y, por lo tanto, a sentirse romanos.
Con ello se produce un cambio significativo en formas de vida, usos, costumbres; se produce una actividad comercial activa y próspera facilitada por las vías de comunicación creadas por los romanos, lo que, en efecto, conllevó a que, de manera natural, los hispanos se impregnaran de la cultura romana y posteriormente se integraran en ella, como lo demuestra el que a comienzos del primer siglo de nuestra Era, las clases dirigentes primero, y después la mayoría del pueblo, habían adoptado el latín como lengua, aunque en sitios muy apartados aún continuaran usándose palabras y modismos de las lenguas célticas y, como ya vimos anteriormente, el mantenimiento de la lengua vasca. En definitiva, la romanización de la Península Ibérica, Hispania, se había producido, después de una lucha enconada para mantener su independencia, al comienzo de nuestra Era.
2-6 Elementos de romanización de Hispania
- El primer paso importante de esta romanización consistió en la temprana división administrativa y militar de la península con criterios de los conquistadores. El territorio se dividió (197 a.C) en dos provincias: Hispania Citerior y Hispania Ulterior. A medida que Roma iba ampliando el territorio conquistado se fueron produciendo reformas administrativas, como la que realizó Augusto en el año 27 a.C. fraccionando la Ulterior en otras dos provincias: Bética y Lusitania. De nuevo en el año 216 Antonio Caracalla realizó otra reforma, así como Diocleciano más tarde, de tal forma que Hispania quedó dividida administrativamente hasta la llegada de los pueblos bárbaros en las provincias: Tarraconense, Gallaecia, Cartaginense, Lusitania y Bética. Además se creó una nueva provincia en el norte de África: Mauritania Tingitana.
- Otro elemento fue la progresiva unificación de la normativa jurídica, pues aunque las leyes que tenían los pueblos hispanos no fueron abolidas y una especie de gobernadores establecidos por el emperador se asesoraban por un consejo mixto de hispanos y romanos para aplicarlas, la fragmentación y diversidad del panorama legislativo en territorio peninsular no hacían fácil la administración de justicia, por lo que se decidió la aplicación del Derecho Romano de forma progresiva, que era un instrumento sólido y eficaz y que ya en las postrimerías del Imperio era aceptado y aplicado en todos sus territorios, lo que no fue sencillo pues existían multiplicidad de estatutos en función de la acción de conquista, por lo que había ciudades con situaciones muy diferentes y distintas entre ellas.
- La unificación religiosa fue otro de los elementos importantes de romanización. Los romanos no crearon más problemas con los nativos que los derivados de la acción militar de conquista, ya que los invasores supieron conciliar hábilmente la existencia de cultos públicos y privados lo que les permitió no imponer sus dioses, sino que admitieron cualquier creencia en los territorios que iban conquistando, es decir, le importaba poco o nada a quien dedicaban sus rezos y oraciones si eso no conllevaba a la rebelión de los pueblos. En todo caso, los romanaos debían de estar muy seguros de su superioridad militar y cultural y debieron pensar que ese hecho atraería a sus cultos a los pueblos hispanos, como, por otra parte, así sucedió.
- Desde los comienzos de la conquista los romanos construyeron un sistema de vías y comunicaciones que enlazaban las ciudades y territorios conquistados. Este fue un elemento decisivo pues servía a una mayor y mejor explotación de los territorios, facilitaba su conquista y gobernación, y a la vez ayudaba a la cohesión y unión de los mismos. Así fue como nacieron las grandes vías de comunicación para transportar las distintas materias primas peninsulares, conectando los Pirineos con el Atlántico, buscando la comunicación entre los valles de los distintos ríos, Ebro, Tajo, Duero…y creando una gran arteria que comunicaba Galicia con Mérida y el sur peninsular: la Vía de la Plata.
- Y qué podemos decir de otro de los elementos fundamentales de esta romanización como fue la construcción de edificios públicos grandiosos. Muchos de ellos sin duda dejaban claro la potencia cultural, militar y el poderío del Imperio Romano. Cualquiera de los nativos que viera aquellas enormidades de obras públicas quedaría con la boca abierta[2] y quedaría absolutamente convencido de lo superiores que eran los romanos. Hay que tener en cuenta que las construcciones romanas en tierras hispanas fueron muchas y diversas: acueductos, puentes, calzadas, murallas, templos, fuentes, termas, etc.
Última división administrativa romana |
- La lengua fue otro elemento, no menor, que contribuyó a romanizar a los hispanos. Como se ha dicho anteriormente, en Hispania existían distintas lenguas, sin embargo, Roma impuso el latín y con el tiempo, aunque quedaron palabras de origen prerromano (cabaña, cerveza, perro, carpintero, entre otras muchas) esta fue la lengua que se usó en la península. Esta lengua tenía dos niveles, dos formas, el latín clásico, utilizado por las capas privilegiadas (alto clero, nobles, intelectuales, etc., es decir, aquellos sectores que sabían escribir y leer) y el latín vulgar que era el usado por las capas más populares y bajas de la sociedad que se correspondía con los analfabetos; de ahí que solamente el latín clásico fuera el que se utilizaba para la escritura. Por otra parte, el latín vulgar se mezcló con las lenguas que ya existían en la península y de esta manera surgieron las lenguas romances: gallego, portugués, catalán, castellano. Como este proceso se dio de forma similar en los territorios conquistados por el imperio romano surgieron otras lenguas romances: francés, rumano, italiano, sardo, occitano entre otras. Todas derivan del latín vulgar.
2-7 La división del Imperio Romano
Cuando, a mediados del siglo IV, la Península se encontraba totalmente romanizada el declive del Imperio, que venía arrastrando una crisis desde el siglo III, se hizo patente y los problemas internos, tanto políticos como militares, tanto económicos como sociales, fueron los que condujeron a que, finalmente, la desaparición del Imperio tal como se conocía hasta entonces fuese la única solución posible. Precisamente fue a un emperador hispano, Teodosio, que pertenecía a una de las ricas familias terratenientes de la Meseta, el que tuvo que regir un imperio que se desmoronaba por todas partes. Teodosio, sería el último emperador que ostentase en solitario el trono. Para entonces el problema de los bárbaros era endémico en el Imperio: Teodosio les mantuvo a raya con la fuerza de sus ejércitos, incorporándolos en parte como tropas asociadas al servicio de la causa de Roma. Su sensatez como gobernante, de la que dio pruebas en todo momento, le llevó a dividir el reino en dos partes, una necesidad que se venía sintiendo en el Imperio desde hacía tiempo, y a la hora de su muerte, en el año 395, asignó a cada uno de sus hijos una parte, la oriental a Arcadio, denominada Imperio Romano de Oriente (también denominado Imperio Bizantino por tener su capital en Bizancio, actual Estambul) y la occidental a Honorio, denominada Imperio Romano de Occidente. El primero duró hasta 1453 y el de Occidente desaparecería en el año 476. Después renacería en el siglo VIII como Imperio Carolingio y un poco más tarde como Sacro Imperio Romano Germánico; pero... eso es otra historia.
Para terminar con esto de los romanos, hay que destacar que durante estos siglos, en los que España estuvo bajo el dominio del Imperio Romano, al que perteneció con todas sus consecuencias, surgieron de sus tierras grandes figuras en diversos ámbitos de la actividad cultural, política, científica, etc. como, por ejemplo, los literatos Séneca, Lucano, Quintiliano o Marcial. Pero Hispania no sólo aportó literatos a Roma, también emperadores: Trajano (98-117) primer emperador nacido fuera de Italia, Adriano (117-138), Teodosio (379-395) que, como hemos visto anteriormente, fue el último emperador del imperio romano unido; agrónomos: Columela; geógrafos: Mela, etc.
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